Los daños colaterales son los más dolorosos, injustos y dañinos.
Cuando el daño se produce por errores propios, duele mucho por no descubrir el peligro con tiempo suficiente para rectificar.
Pero, cuando el daño se produce por errores de terceras personas, intencionados o no, el dolor que experimentamos es muchísimo mayor y difícilmente explicable.
Pero el máximo dolor lo experimentamos cuando el daño es intencionado.
La vida del ser humano es nuestro bien más preciado, le siguen nuestras propiedades, urbanas, rústicas o monetarias. En estos momentos que nos toca vivir todo lo tenemos amenazado. Nuestra vida por la pandemia, nuestras propiedades por los impuestos y falta de rentabilidad y nuestra paz y sosiego por el gran vacío que experimentan nuestras vidas día tras día.
¿Quién ha generado los daños en nuestras vidas?
En nuestra salud física y mental lo desconocemos, en nuestras propiedades un sistema fiscalizador sin precedentes, en nuestra paz y sosiego una forma de vida no recomendable para cardíacos.
Cuando hablamos de daños colaterales nos generan mucha tristeza porque son daños no generados por nosotros. Un virus que nadie habla de dónde ha salido y porqué. Unas propiedades con rentas inexistentes y una paz herida gravemente, esperando tiempos mejores con la idea de no empeorar.
Pero cuidado, “todo es ligeramente empeorable”.