Las ovejas conocen al pastor

O.C.P.
05 de Marzo de 2024
Guardar

En medio de un gran revuelo mediático, en un momento de desconcierto y de ataques con motivo de la situación actual del templo de Torreciudad, me siento con el deber moral de hablar de un pastor, el mío, el obispo de Barbastro-Monzón. Y hablar asimismo de un contraste que ha llamado poderosamente mi atención en esta vorágine que sitúa a nuestra Diócesis, pequeña y generalmente olvidada, en el ojo de un huracán que alguien juzgará demasiado grande para un pastor y unas ovejas tan poco relevantes como nosotros.

Una se asoma a los medios de comunicación y se asusta de lo que presentan como una lucha de poder, mezclada con grandes intereses económicos, en la que solo se busca sacar dinero con una talla de la Virgen, y que salpica y denigra la imagen del pastor de nuestra diócesis. Pero, al igual que contemplo este panorama nada benigno, descubro la respuesta de nuestros diocesanos en los que se observa una absoluta serenidad, y que continúan su quehacer a disposición de este obispo que algunos medios pintan como interesado y prepotente. Definición que, estoy convencida, ninguna de las ovejas reconoce si del que se habla es de nuestro pastor.

Hay un gran problema para que la historia que los medios cuentan llegue a influir en las conciencias de estos diocesanos. Y este problema lo encontramos explicitado precisamente en el Evangelio: el buen pastor conoce a sus ovejas y las suyas le conocen. Vengan a contarnos a nosotros cómo es Don Ángel Pérez Pueyo que, sinceramente, no lo necesitamos. Cuéntennos a nosotros cómo es ese pastor al que se llega sin intermediarios y sin secretario, con quien uno puede relacionarse personalmente y que siempre cuenta con “un hueco” para cada una de sus ovejas. A quien hemos visto jugando al escondite con nuestros niños, sentado en el suelo compartiendo con nuestros jóvenes, impulsando el papel de los laicos en una Diócesis despoblada y sin sacerdotes, reestructurando nuestro organigrama con todos los medios a su alcance para que a nadie falte el pan de la Palabra, el pan de la Eucaristía y, tampoco, el pan de la ternura. Vengan a decirnos que es un obispo centrado en lo económico.

Él, el que ha sido durante años el pastor del Seat León de dos puertas y, por supuesto, sin chófer, que recorre los kilómetros de nuestra diócesis para visitar pueblos de tres y cuatro habitantes. Él, que decidió crear una fundación para las necesidades de nuestros sacerdotes mayores con el dinero que le daban a él a nivel personal. Vengan a decirnos lo impositivo que es nuestro pastor, que decidió al inicio de su ministerio episcopal tomar todas las decisiones colegialmente, y lo está cumpliendo. Que formó una comisión permanente de pastoral en la que, desde sus inicios, participan las voces de sacerdotes, consagrados y laicos.

Dígannos cómo es nuestro pastor, a nosotros, que hemos estado tomando algo con él en un bar de de Barbastro, viendo cómo se levantaba a saludar a cada persona que entraba por la puerta porque la conocía por su nombre. Que le hemos visto acompañando a nuestros enfermos en nuestros hospitales, en nuestras residencias, visitando nuestros campamentos durante sus actividades de verano, de peregrinación con nosotros y colaborando en nuestras campañas de Cáritas recogiendo alimentos como un voluntario más. A quien hemos tenido que obligar a dormir en una cama durante una “misión-joven” mientras él se empeñaba en dormir en el suelo del pabellón. Que ha mostrado su solicitud con las familias de sus sacerdotes y de sus consagrados, interesándose por ellos personalmente. Que ha presidido nuestras fiestas, compartido con nosotros nuestro bregar cotidiano y orado por nuestros difuntos. Me atrevería a decir que, de tan cercano, conocemos hasta los defectos de nuestro pastor. Y, justamente por eso, es inadmisible y, para nosotros, increíble ver cómo es acusado con calificativos que resultan tan ajenos a su persona.

Es posible que, en este tiempo que vivimos de tanta orfandad, de tanta “oveja sin pastor”, la figura de un “buen pastor” parezca un privilegio casi imposible, una rara avis a la que hoy en día no se está acostumbrado. En una sociedad en la que cada uno va a lo suyo, la figura de un obispo al servicio de su Diócesis resulta hasta incómoda, porque nos compromete a pensar no solo como oveja, sino también como rebaño. Nos empuja a caminar en comunión, buscando el bien común, muy por encima de nuestro beneficio personal o institucional.

Parece mentira que una Diócesis tan irrelevante como la nuestra pueda dar lecciones de nada. Porque, es verdad, somos una Diócesis pobre y pequeña. Pero considero que, si de algo podemos estar orgullosos es, justamente, de haber aprendido a ser felices con lo pequeño, sin ambicionar más de lo que tenemos, contándonos entre aquellos pobres a los que el Dios a quien seguimos llama dichosos. Y en esto ha sido también admirable el testimonio de nuestro pastor, que nunca ha buscado abandonar nuestra precariedad, movido por un deseo de prestigio que poco o nada tiene de evangélico. Solo espero que aquellos que se atreven a expresarse públicamente en contra de nuestro obispo puedan contar con un testimonio de trasparencia y coherencia semejante al de nuestro pastor.

No quisiera terminar sin pedir perdón a mi pastor por los muchos quebraderos de cabeza y otros tantos sufrimientos que le estamos costando estas ovejas. Gracias, Don Ángel, por ir a la cabeza en la defensa de esta Diócesis pobre que, de tan pobre, pareciera que no merece tener a una Virgen, que nunca ha dejado de ser suya, en una ermita también pobre. Y, como no tenemos nada, permítame pagarle tanta deuda con algo que parece que tampoco se lleva ahora: con nuestra más absoluta lealtad.

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante