La tempestad burocrática

A.G.S.
04 de Octubre de 2022
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Hace poco leía un tuit de @profe_ramonrg que me llamó la atención, y caló en mí durante un tiempo más largo del que me hubiese gustado. El autor, con su breve pero concluyente texto, venía a decir que su pasión por la enseñanza y por la educación se basaba en la atención a su alumnado, la preparación de las clases para ofrecer una calidad de enseñanza óptima y el cuidado ante toda la comunidad educativa. Sin embargo, ésta era solo la primera parte del tuit, ya que luego concluía sus caracteres con la frustración de no poder atender a nada de esto, y tener que atender a una burocracia atroz.

Tuve el run run durante todo el día, e intenté ser lo más hábil posible en la jornada escolar para fijarme en cuánta razón había en sus palabras. No me costó mucho tiempo dársela de una forma absoluta. Tampoco sé si me hacía falta ver mucho más de lo que ya había visto.

La escuela está perdiendo el norte. Está perdiendo el sentido. La figura del maestro, de la maestra, empieza a desdibujarse. Una ley tras otra, un currículo tras otro. Actas, informes, evaluaciones, firmas por aquí y por allá. Horas y horas enfrente de un ordenador para completar informaciones que, muchas veces, poco tienen que ver con la realidad que se vive en el aula. El maestro, como una máquina que tiene que rellenar datos para que alguien diga que todo está bien, o que todo está mal. Pero que no conoce lo que pasa dentro de las cuatro paredes de un colegio.

Todo esto está arrastrando sin deriva a un profesorado cada vez más cansado, más pesimista, más desesperanzado. Maestros y maestras cuya vocación ya apenas tiene cabida en su rutina, porque se la han robado. Profesorado que sobrevive entre papeleos, entre una sociedad que les ignora y les menosprecia.

Pero no solo sale el cuerpo docente perjudicado, sino también, y de forma más grave, los niños y las niñas. ¿Dónde está el tiempo para poder atenderles como se merecen? ¿Dónde los recursos? ¿Dónde la alegría, la ilusión? La dureza de estas preguntas se contrarrestan, por suerte, con una todavía, aunque mínima, esperanza en la infancia, en la posibilidad que tiene de ser protagonista y de cambiar un mundo cada vez más hostil, y un mundo en el que cada vez son menos valorados y atendidos. Y la escuela está dejando de ser ese espacio en el que desarrollarse, construirse como personas integrales de la sociedad actual. Porque quienes tienen que guiar y acompañar están frente a la pantalla completando un acta apenas útil.

¿Hasta dónde hay que aguantar este sistema? ¿Cómo cambiar este paradigma? Preguntas y más preguntas difíciles de responder. Yo solo me ato a una idea, y es que si algo tengo claro es que la infancia, el niño, la niña, son la justificación de la educación. Y es por esta infancia por la que hay que pelear, sobrevivir, y hasta sonreír. Y, sobre todo, tener claro que son salvavidas entre la tempestad burocrática y estructural que cada vez nos ahoga más.

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