Comisiones

Profesor y pintor
08 de Octubre de 2023

La Real Academia de la Lengua nos ofrece al menos cinco acepciones del término comisión que paso a enumerar: acción de cometer; orden y facultad que alguien da por escrito a otra persona para que ejecute algún encargo o entienda en algún negocio; encargo que alguien da a otra persona para que haga algo; conjunto de personas encargadas por la ley, o por una corporación o autoridad, de ejercer unas determinadas competencias permanentes o entender en algún asunto específico y finalmente porcentaje que percibe un agente sobre el producto de una venta o negocio.

Mi paciente director de tesis, admirado maestro y amigo Ángel Azpeitia, que soportó estoicamente las sucesivas prórrogas en la defensa de mi investigación sobre las andanzas, escasas,  y las obras, abundantísimas, del jesuita oscense Martín Coronas Pueyo solía decir que un camello, con sus dos poderosas jorobas, no era sino un dromedario diseñado por una comisión. Está claro que se refería a la cuarta de las posibilidades que ofrece la Academia en su diccionario. Ese grupo de personas que reciben por la ley, por una corporación o por una autoridad el encargo de ejercer unas competencias permanentes o entender en algún asunto específico.

El escaso interés por el estudio de la historia que me ha acompañado a lo largo de los años hace que las primeras comisiones por las que he sentido alguna inclinación hayan llevado incorporado el apelativo “de patrimonio” y se remonten como mucho a los mediados del siglo XIX. Imagino que en tiempos muy anteriores pudieron ser encargadas por ley, corporación o autoridad competencias permanentes o asuntos específicos a grupos de personas, pero es lo que tiene no haber conseguido sentir la atracción de la historia esa que transmite con pasión infinita el admirado Julián Casanova, entre otros.

Las primeras comisiones por las que me sentí atraído, reitero, fueron las que se derivaron de las desamortizaciones conventuales que tuvieron un promotor enfervorizado en la figura de Valentín Carderera y Solano, entre algunos pocos más, no demasiados. Un ilustre oscense del que hasta hace muy poco tiempo no se habían preocupado en exceso los sesudos indagadores de la historia aragonesa o nacional ni los departamentos de Cultura provinciales, regionales o estatales.

Podría resumir en una anécdota ese abandono por parte institucional: con mi largamente demostrada e innata candidez pretendía al principio de este milenio estructurar por siglos las investigaciones del Instituto de Estudios Altoaragoneses que me honraba en dirigir. El XIX debía girar, en mi esquema mental perfectamente compuesto, ja, en torno al que fue pintor de la reina y coleccionista empedernido, arqueólogo y base del Museo de Huesca y los de algunas otras provincias. Carderera fue el inspirador desde uno de sus artículos en revista especializada, de las normas oficiales que aparecerían casi literalmente reproducidas en el BOE de la época, pata regir la actividad de los salvadores de las obras de arte contenidas en los edificios desamortizados;

Acudí a pedir ayuda al gobierno de mi comunidad para desarrollar ese proyecto y el director general de cultura que me atendió, no me mandó directamente a escaparrar pero si me remitió al alcalde de mi pueblo dado que Valentín Carderera era “una figura local que no resonaba más allá del Coso Alto…”

Pese a la ironía de Azpeitia al que también oí decir alguna vez que si quieres que algo no salga adelante, nombra una comisión para que lo ponga en marcha… está claro que las comisiones del XIX, con sus sombras, que las tendrían sin duda abundantes, permitieron que los futuros habitantes de la porción mayor de esta península pudiéramos disfrutar de muchas obras de arte de nuestro patrimonio común sin tener que desplazarnos a los museos de ultramar. A esas comisiones, que siguen funcionando ahora mismo con parecidos objetivos las excluyo directamente de la definición de mi amigo. Aunque es probable que más de uno les siga encontrando algunas sombras. Especialmente los dedicados a criticar todo aquello que no encaja al milímetro con su manera de entender las cosas y gozan de la posibilidad de embarullar con palabras, imágenes y acciones cualquier decisión comisionaria, si se me permite el palabro, que no encaje  con sus intereses explícitos u ocultos.

Cualquier tiempo pasado fue prácticamente igual, supongo...

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