La amenaza no está en el sueldo

En el sueldo de nadie está recibir la violencia aunque sea verbal, esa fea querencia a la aniquilación

30 de Agosto de 2022
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El tremendismo es muy español. Tanto como el tenebrismo. O el informalismo, tan de nuestro Antonio Saura. Y, sin embargo, hay algo más que el blanco y el negro. Infortunadamente, vamos hacia atrás en esto de los matices. Hasta sus últimas consecuencias. Estoy leyendo "Pikoletos" de Juan José Mateos. No es obsesión, mi pulsión por los libros sobre el terrorismo no es más que una cuestión de justicia, de dignidad y de memoria. Sí, lo repetiré hasta el final de los días. Los jóvenes han de saber que, cuando ETA mataba a un Guardia Civil, había dos expresiones que habías de comerte con patatas fritas porque el volumen de estulticia no admite respuesta. Una era que "algo habrá hecho". La otra, "va en el sueldo". Y no lo decían sólo los proetarras. La confusión posfranquista tendía hacia una búsqueda de justificaciones que no se sostenía desde ninguna perspectiva ética. Pero era una reacción cobarde, asquerosa, que obedecía a la falsa autodefensa: a mí, no me va a tocar, porque no he hecho nada. Infamia. Miseria.

En España somos muy de amenazar. Y los periodistas somos blancos fáciles. Quizás obedezca a una cuestión educativa: leer, lo que se dice leer, leemos mal. Leemos mal porque leemos poco. Y porque la comprensión lectora está demodé. La intimidación es de cuello blanco y de cuello negro. Habitualmente, salvo que acabe mediando violencia física, diría que la peor es la primera. Nace de la intolerancia. De la falta de respeto a la libertad de expresión. Del desdén hacia el derecho de información y opinión. Y proviene de quien confunde poder con autoridad. Del entorno, de esta tipología conozco a todos y sé por dónde vienen. Incluso de donde vienen los amores y los odios.

El amedrantamiento de cuello negro es más impulsivo, visceral. Propio de una sustantiva incultura y de un notable desprecio por la integridad humana. Recuerdo, a los pocos meses de llegar yo a Huesca, mi venerado Antonio me dijo que una persona conocida había proferido hacia él una amenaza de muerte. Jorge Luis Borges, que era un genio absoluto, se lanzaba la pregunta y la respuesta: "¿De qué otra forma se puede amenazar que no sea de muerte? Lo interesante, lo original, sería que alguien lo amenace a uno con la inmortalidad". Durante unos días, le acompañábamos hasta casa. Pero, la verdad, acongojaba. Y nosotros albergábamos algún tipo de inquietud. Todo quedó en una fanfarronada. Sin puta gracia, eso sí.

Este lunes, he vivido algo similar. Por aquello de la dificultad en la comprensión lectora y la desafección hacia los detalles, alguno no entendió dos cuestiones: primero, que la palabra "presuntamente" significa que es posible, que se presume, que no es una versión asegurada apodícticamente; y, segundo, que las investigaciones avanzan y lo que en principio las fuentes consideran una causa segura al 99,99 %, cambia su rumbo en un giro inesperado después de la autopsia. Y, entonces, en lugar de pedir explicaciones y de volver a leer los textos, pues el asilvestrado de turno recuerda que es cazador, insulta y se aplica a la máxima borgiana. Y no es verdad. Exactamente igual que las víctimas del terrorismo son héroes a su pesar y que murieron en acto de servicio pero por la voluntad de los asesinos, en el sueldo de nadie está recibir la violencia aunque sea verbal. Esa fea querencia a la aniquilación. Porque, no lo duden, la palabra es la punta de la lanza que ha desatado barbaries y guerras. 

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