Ángel Más Portella, el pregonero de la pasión

El dirigente empresarial ve reconocida su trayectoria en las fiestas de San Mateo

20 de Septiembre de 2022
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Quizás debiera iniciar esta leve reflexión con un rosario de epítetos de adorno del personaje. Mítico, emblemático, generoso, carismático, líder, adalid, empático y hasta simpático, magnético, responsable, comprometido,... Y, sin embargo, faltaría a su carácter y al mío si no recordara la sobremesa en la que en realidad nos conocimos bien. Anteriormente, ya habíamos compartido mesa y mantel en las jornadas de cocina altoaragonesa en la que fue Residencia de Niños y hoy es universidad. Pero esa fue una bonita velada en la que sólo había espacio para placeres y para risas. Cuando, de verdad, nos adentramos mutuamente en nuestros respectivos seres fue en una presentación de la Semana de Andalucía en el Hotel Pedro I de Aragón con nuestro común amigo Adolfo Ibáñez como anfitrión. Afortunadamente para el resto de comensales, la parte gruesa de la pitanza ya había concluido, porque el combate dialéctico que mantuvimos fue de los de Rocky Balboa versus Apollo Creed en la ficción, Tyson versus Holyfield en el pasado o Canelo versus Golovkin hace unos días. La relación cordial pero escueta hasta entonces dio paso a un litigio verbal que adquirió altos tonos sonoros hasta el punto de que el resto (estaríamos en torno a la quincena de congregados) sostenía un silencio sepulcral a la espera del veredicto de los jueces. No hubo tal. Cada uno defendió sus bases, él las de la Asociación, yo las del diario. Recuerdo que, cuando concluyó la disputa, los dos nos reconocimos la pasión que no era sino lealtad hacia nuestras respectivas casas y sentenciamos que sería bueno trabajar mucho juntos. Y así ha sido y será.

Ángel Más Portella es una persona tan influyente, irradia tanto, que él está y se va cuando quiere. Por eso le admiten tanto la autoridad sus compañeros de profesión. Por eso le han galardonado tanto los oficiantes del turismo. Por eso le respetan las administraciones y los periodistas. Por eso y por su audacia. Fue de la partida fundadora de la asociación con su amigo Luis Acín Boned, tiempos en los que también destacaba Carlos García Martínez. A Luis le relevó en la presidencia cuando asumió la de la Confederación Empresarial Oscense (Ceos). Y luego se tiró una larga temporada presidiendo a los hosteleros, con su mano derecha Javier Peña Catalán. Se podría pensar en un cierto estilo de caudillaje, pero nada más lejos de la realidad. Ángel era un renovador. Se renovaba a sí mismo en cada elección. Era por aclamación. Y porque el impulso que daba al colectivo no era para nada conservador. De ahí la justa definición de "renovador". Después de un vástago, de la planta asociativa emergía otro, y otro.

Tenía autoridad. En sentido estricto. Le provenía de su aprendizaje de la vida. De La Puebla de Castro desde donde su progenitor decidió buscar tierra de promisión en Monzón. Aunque es alto el Pirineo, en él la procedencia le devino en humildad. A currar. Eso sí, con la misma pasión con la que años después discutiría acaloradamente conmigo. Y con ella en ristre, igual que el niño rey aprendió de Mont-rodón en el castillo, fue conquistando desde el Piscis a la discoteca y luego al distinguido hotel, una tras otra las empresas en las que removía ese cóctel del placer gastronómico y turístico con las gotas del rigor en la gestión para que el grupo creciera. Naturalmente, en su casa siempre estaba el plan b de su esposa, y luego de sus hijos que fueron creciendo provechosamente.

Ángel se fue pero no se fue. Dejaba su estela. De la Asociación. De Prodesa. De la Cámara. Valiente, incluso aspiró a la confederación de empresarios de Aragón. Una sucesión de juegos de tronos le privó por los pelos de Koyak de ser el primer oscense en presidir la nave nodriza de la patronal de la región. Pareció cobijarse en sus cuarteles de invierno, pero Más Portella es como los viejos reyes aragoneses. Sólo el campo de batalla, ahora metafórico, le retirará. El alcalde de Monzón, Isaac Claver, en la lustrosa gala de presentación de las fiestas de San Mateo, resaltaba de Ángel su pericia conversadora de la que se aprende una barbaridad. Rigurosamente cierto. A veces, las fortalezas se convierten en debilidades y fue tentado precisamente en varias conversaciones hace algo más de un año. Le tocaron la fibra que más le duele: la atonía de la organización empresarial de su Monzón y su Cinca Medio. Y rebló. Con dos condiciones: una, rodearse de los mejores. La otra, esperar el dictamen del Consejo Familiar del que forman parte él y su nieto. Éste fue definitivo: si Biden ha sido presidente de Estados Unidos con 78 años, tú que eres más joven (74 entonces), yayo, puedes ser presidente de los empresarios. Cualquier resistencia quedó desbaratada.

Ahora, ha sido pregonero de su ciudad. Y los monzoneros (me decía Antonio Martínez, tan añorado hoy, que lo de los montisonenses era para los "remilgados" de la ciudad) le escucharon atentamente en el estrado en el que empequeñeció a Demóstenes, igualó a Cicerón y expresó su carácter templario, hoy incluso templado. Y soltó, dicen las crónicas, una pequeña porción de su arcón de recuerdos, de anécdotas y de cariños. Y puso la banda sonora, que para eso fue discotequero, con las canciones de su vida, como "El gato que está triste y azul" (que es la mía también) o "Un millón de amigos" de Roberto Carlos. Y, seguro, Ángel fue feliz y contagió el virus de la pasión a todos. Esa es la generosidad. Shakespeare escribió que el aspecto exterior pregona muchas veces la condición interior del hombre. El joven Ángel Más, siempre soñador de causas grandes, regenera su ilusión cada día. La riega. Y la siembra. Y ahí estamos luego, todos, para cosechar con él. Feliz San Mateo a Monzón. Felicidades a los Más Farré.

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