Aquella muerte de Irene y José Ángel no les pesa

20 de Agosto de 2023
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"Espero que la muerte de Irene y José les pese toda la vida a estos señores que no son conscientes del daño que hacen. Son gente sin alma, fascistas, y los demócratas debemos mantener la serenidad para seguir combatiéndolos con las armas de la democracia". Estas palabras son del alcalde de Sallent de Gállego a 20 de agosto de 2000. José Luis Sánchez Sáez, persona a la que admiro. Socialista de verdad, hasta las últimas consecuencias, incluso después de haber sufrido una de esas cacicadas internas propias de los partidos cuando fue desplazado del número 1 para el Congreso para el que le habían elegido las bases. Llegó el "boss", y adiós. Recuerdo todavía aquella asamblea de 14 de septiembre de 1986 donde fue apeado de la posibilidad de ser secretario general y el posterior descabalgamiento de las listas. Si mi amigo Ramón Justes estuviera aquí, hoy seguramente lo habríamos comentado.

José Ignacio Guridi Lasa, Aitor Aguirrebarrena y Asier Arzalluz, los tres asesinos de Irene y José Ángel, y también del periodista López de Lacalle entre otros crímenes de lesa humanidad (así los calificó en su tiempo el Parlamento Europeo) además del inductor intelectual Javier García Gaztelu "Txapote" (el del voto, sí) han sido beneficiados por los acercamientos a cárceles del País Vasco como primera providencia de discriminaciones positivas por abyectas motivaciones políticas. Y lo han sido para lo contrario que pretendía José Luis Sánchez: para que la muerte de los dos guardias civiles les pese de forma muy liviana, tirando a la levedad.

Hace unas semanas, mantuve una leve discrepancia con Iñaki Ortega, quien fuera presidente de Nuevas Generaciones del PP cuando Txapote mató a Miguel Ángel Blanco. En su brillante intervención, aseguró que ETA había sido derrotada, y a mí me cuesta admitirlo, pero no por voluntarismo, no por obcecación, no por empecinamiento, sino simplemente por observación. Porque, en el grupo de Bildu, se llevan su buena pasta como diputados periodistas que defendieron a ETA en los años de plomo, y abogados que defendieron a ETA en los años de plomo, y a agitadores contra España, sí, contra España cuyo futuro inmediato deciden odiándola. Y, cuando todavía no se han resuelto más de trescientos asesinatos de los etarras, me resulta sinceramente muy difícil pensar que la amnistía se va a circunscribir exclusivamente al más tonto de la clase, el prófugo Puigdemont, o a la más sinvergüenza, la corrupta Laura Borrás.

Y, entonces, porque yo puedo criticar al apóstol Tomás porque Jesucristo era mucho Jesucristo, pero al que monta los cristos ahora sí que le tendría que ver la herida en el costado, pienso en José Ángel de Jesús Encinas, en Irene Fernández Perera y en los miedos que durante meses pasamos muchos, porque muchos estábamos en el bombo de la lotería de los 9 milímetros parabellum o la goma 2. Y en el temor legítimo de nuestro alcalde al que criticaban que se rodeara de guardaespaldas, y a algún otro primer edil, y a concejales y cargos públicos del PP y del PSOE. Y me pregunto, entonces, si alguien mirándose al espejo de la honradez intelectual puede asegurar que ETA ha sido derrotada. Y que la deriva actual de híper influencia de Bildu no va a desembocar en otra rendición vergonzante del Estado.

Y pienso en esos que en estos momentos creen que en estas palabras hay radicalidad, como tantos concibieron tal atribución a muchas personas a las que el tiempo les dio la razón. Y, para diferenciar entre radicalidad y extremismo, un interrogante y que cada cual conteste en su coherencia: ¿Les ha pesado a Txapote, Guridi Lasa, Aguirrebarrena y Arzallus toda la vida haber matado a dos muchachos y puesto patas arriba la convivencia de todo un país? Cada cual se conteste hacia sus adentros.

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