Un balón yace huérfano, inerte, sin alma

24 de Agosto de 2022
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Escribir las líneas que van a brotar atropelladas, incluso confusas, demandan serenidad. Y valor. Cada uno elige su método. Yo necesito música clásica, ritmo de Ludovico Einaudi. Y principiar por un mensaje: Divenire. Devenir. Heráclito. El nacimiento y el desarrollo. Y el final del desarrollo. Desde anteanoche, la imagen que cruza mi imaginación es la de un balón de baloncesto. En una cancha oscura. Inerte. Traspasó mi mente con la muerte de Andrés Montes. Pero me dije que "la vida puede ser maravillosa". Y le debía la fe porque en él creí muchos años.

Esto es distinto. Desgarrador. Se me viene el balón. No sólo inerte. Huérfano. Lo he visto fotografiado en las manos de Dani Gómez, ese chico que nos ha encogido y explotado el corazón. Dani iba a ser un gran jugador. Los buenos sonríen mientras votan el esférico. Se les nota. Lo hacía Drazen Petrovic. Y Magic Johnson. Los buenos malabaristas no sufren, sino gozan con sus peripecias. Y Dani tenía pinta de reír y hacer reír. No le conocí. Es el riesgo de escribir sin más referencias que familiares. Mi compañera María José, destrozada. Sus tíos Clara y Diego, a los que me imagino entre hipidos incontrolables. O Jorge y Rosa. O Carlos y María Eugenia. Son los familiares a los que conozco. A los padres del chico no tengo el gusto, pero no es preciso ser muy imaginativo. No hace falta. También esa llamada de Ignacio Almudévar, sensibilidad sin límites, desarmado en su empecinamiento laborioso por un día. No podía. Descanso indeseado. Faltaban fuerzas.

Dani tendría que haber ido hoy a la grada del Navarra Arena. A jalear a la selección. A soñarse vestido de rojo corriendo "coast to coast" hasta hundir el balón en la canasta. En la distopía pamplonesa, hoy Dani es protagonista. Pero no estaba programado así. Si es que la vida se puede planificar, que es que no. Una macabra broma del destino. La puta enfermedad del beso, ósculo mentiroso, falsario e inexistente. Mononucleosis. ¡Qué más da! Sea lo que fuere, el final en el inicio. El ocaso fatídico en el bautizo de la mayoría de edad. La destrucción en quien se preparaba para generar a través del edificio de su mente universitaria. La lección sobre la inutilidad y la esencia de la vida sobre la que filosofaba Zhuang-zi hace veinticinco siglos, las metamorfosis y la manera de vivir y de morir. Algún trilero desalmado en alguna esfera invisible que nos ejecuta. Inoportunamente. Inapropiadamente. Injustamente.

Supongo hoy a Josan Montull, en la liturgia, emocionado. Los buenos curas, como los ricos de las series, también lloran. Y, cuanto más humanos, cuanto mejores pastores, más caudaloso es el lacrimal. En el fondo, un sacerdote es un proveedor de esperanza. Y de verdad. No de la edulcorada. De la dura. De la que enseña. Y de la que trasciende. Ahí hemos de pescar los creyentes.

A golpe de llantos de quienes le conocían, a base del miedo escénico de este folio en blanco, resistente al deslizamiento de las letras, empiezo a concebir la expectativa de que ese balón, quieto en un rincón oscuro, sea tomado por Dani. Con su cara aniñada, casi barbilampiño. Con ese pelo rizado sinónimo de travesura en la virguería, ritmo de vértigo al cruzar entre las piernas. Con esa sonrisa imborrable. Con la bondad cincelada por sus padres. Con la mirada al frente. Los buenos botan sin mirar al suelo. Y lo hacen en la vida, atisbando horizontes lejanos y abrazos próximos. En estos momentos, los dedos de Ludovico interpretan Fly. Y vuela una oración. Un ángel ha saltado al aire. Que Dios le acoja en su seno y que Huesca no lo olvide. Se ha ido, precipitada, inopinadamente, uno de los nuestros. Uno de los que tenía que levantar esta ciudad. Trabajemos por él. Recemos por él. Velemos por su ejemplo. Dani Gómez, inspíranos. Amén.

 

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