Las cajeras de supermercado

22 de Noviembre de 2022
Guardar

En mis clases del profesor Gómez Antón, fantásticas, recuerdo que citaba a René de Chateaubriand al fijar los tres periodos por los que pasaban quienes titulaban las instituciones: el del servicio, el de los privilegios y el del abuso. En realidad, quienes se detienen en el primero trascienden y transforman. Quienes pasan a la siguiente fase pierden la autoridad por la apropiación indebida de un valor fundamental en todo gobernante, que es el de la prioridad del administrado frente al administrador. Y, directamente, quienes abrazan la tentación tercera ya no ostentan, sino que detentan el poder. Lo ocupan ilegítimamente. Si tú, querido lector, utilizas tu curiosidad, apreciarás que en determinados momentos de tu vida (y ahora por supuesto) las tres formas de gobernar están presentes a lo largo del mundo, de España y, con absoluta seguridad, de Aragón y hasta de Huesca. Si eres capaz de hacer abstracción de las actuaciones concretas de las administraciones, hallarás las tres actitudes en desiertos cercanos y remotos.

Tan importante es saber deslindar los abusos de los privilegios y del servicio que nos permitirá a todos evitar la generalización con la que, demasiado habitualmente, se ofende. A los demás y a la inteligencia propia. Es lo que ha sucedido con el caso de la ley del "Sólo sí es sí", que va a venir a resultar que ha dejado algo de vía libre a una interpretación del "sí es sí" supuestamente favorecedora de los delincuentes juzgados de tal guisa que resulta, al parecer, más barato delinquir, aunque la Fiscalía haya puesto coto a una interpretación retrospectiva. Al final, uno no sabe si sólo sí es sí, si sí puede ser no, no puede ser sí o se produzca una transustanciación peligrosísima porque en ocasiones la regulación legislativa es confusa y hasta perversa.

Sinceramente, he caído en una desgracia. Me sucede como a don Nicolás de Loizaga, el estrafalario caballero de "Los mil nombres de la libertad" de María Reig. "Ni siquiera me interesa la política. Me resulta aburrida y un nido de problemas. Yo abogo por un tipo de libertad al margen de cartas magnas, decretos y guerras". A partir de ahí, sin embargo, no incurro en su contradictoria devoción enfermiza a quienes tienen poder e influencia. A la vista está (leer EL DIARIO DE HUESCA lo certifica). Si acaso, me preocupa la traslación al prejuicio de las imputaciones de las banderías que devienen en una condena a toda una profesión.

Existe un indisimulado clasismo cuando, para criticar cualquier acción de la ministra Irene Montero, se le atiza con su vieja condición de cajera de supermercado. Como si este noble oficio estuviera preñado de una incompatibilidad con la inteligencia, con el sentido común o cualesquiera virtudes que le pueden ser consignadas. Para esclarecer conceptos, una cajera de supermercado es la que sonríe al imbécil que critica a una política -muy criticable, naturalmente, e incluso laudable si su desempeño es plausible- por haber extraído su tique de compra. Una cajera de supermercado es la que se aplica en el arte de la amabilidad, uno de los más complejos en este universo antipático. Una cajera de supermercado es la que ayuda a la abuelita a introducir los productos en las bolsas aunque no esté dentro del mapa de procesos. Una cajera de supermercado es la que responde con resistencia al amargado de turno que confunde el servicio con el servilismo. Una cajera de supermercado es la que soporta ese pequeño atraco en el que prioriza la integridad de los clientes a la propia. Una cajera de supermercado es la que asume el papel ingrato de encauzar conductas inadecuadas sin perder un solo momento la serenidad. Una cajera de supermercado es esa persona que, sabiendo que quizás por su formación puede ser magister, asimila las miserias del sistema para ser minister. Una cajera de supermercado, siguiendo con esta última argumentación, es la que da lecciones de versatilidad porque su servicio concibe la globalidad y lo mismo cobra que repone y, si se presta, despieza pescado y carne. Una cajera de supermercado es una expresión de diversidad, porque junto a la registradora hay una persona cuyo carácter es variopinto pero confluye en un espacio en el que determinadas normas exigen una disciplina. Una cajera de supermercado es humildad, que no mediocridad. En ella, está un mundo. El mundo. En ella, radica una dignidad.

Pensemos, amigos, en el daño que proferimos con nuestras atribuciones gratuitas a colectivos enteros que pueden presumir de la "auctoritas" que otorga ser útiles a los demás. Una misión tan alta que, en su rango, puede llegar a ser sublime. Y, ahí, no cabe controversia ni jurisprudencia. En el respeto, "sólo sí es sí".

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante