Veinticinco siglos después, en la época seudo distópica de la Inteligencia Artificial, ha reaparecido Sócrates: "Yo sólo sé que no sé nada". El apagón general que en principio afectaba a quince países y finalmente, si tiene certeza el presidente Sánchez, ha vuelto orates a España, Portugal y el sur de Francia, ha desvelado que seguimos siendo vulnerables. Tremendamente frágiles. De condiciones y de mente. Tropezamos con la misma piedra, somos presas del pánico y nos parecen bienes absolutamente esenciales productos o servicios tan prescindibles que nuestros padres y nuestros abuelos desconocían. Por momentos, en los supermercados se ha retrocedido a aquel marzo de 2020 que fue el inicio de una pesadilla que se llevó más de cien mil vidas por delante. Una cifra, por cierto, que se esconde en el baúl de la desmemoria. Nadie reclama una renuncia, pero conviene dimensionar las prioridades.
En la teoría de la comunicación se insiste en que la repetición excesiva suscita desconfianza, si bien Goebbels, en el que tanto se inspiran hoy muchos de los propagandistas ebrios de populismo, incidía en la eficacia de la iteración machacona para ir horadando la resistencia de las cabezas humanas para acabar introduciendo la ideología más abyecta.
No, no es una barbaridad pedir calma en momentos de crisis. La serenidad es un factor con el que se capean las peores consecuencias. Y, sin embargo, cuando la máxima autoridad de un país demanda fe ciega en los cauces oficiales y a continuación suelta una superficialidad como explicación, induce a una lógica incertidumbre e incluso incredulidad.
La jornada de este lunes 28 de abril pasará a la historia de nuestro país porque los ciudadanos nos hemos visto indefensos ante un apagón de origen ignoto, algo absolutamente inaudito en estos tiempos ultratecnológicos, de evolución caótica para conformar, cuando nos adentramos en las cercanías de medio día sin luz ni internet regulares en una entropía preocupante. Un caos en el que nadie encuentra patrones para explicar la irregularidad en el comportamiento del suministro, que retorna para alivio de una casa y no funciona en la aledaña.
Una vez salvada la distribución a la mitad de España, que aduce Red Eléctrica, ya es el tiempo de tratar a la ciudadanía como un cuerpo maduro, porque es irritante la infantilización con la que se despachan situaciones tan caóticas como la que hoy estamos padeciendo.
España no sabe atacar a las crisis, y tenemos ejemplos sobrados, porque no se les mira a la cara con integridad y coherencia, y se prefieren las medias verdades y los engaños enteros para ocultar incapacidades e incompetencias. Expertos en escurrir el bulto. Hay a quien la comparecencia de Sánchez le ha parecido tardía, porque seis horas para una emergencia es una burrada -y, si no, pongámonos en clave dana-, pero, sinceramente, este país necesita de socráticos porque es la posición más honrada ante el desconocimiento. El sólo sé que no sé nada es más humilde y honesto que aferrarse a estrafalarias visiones que, bajo la llamada a la calma, sólo guía a la confusión. Este episodio nos coloca ante un nuevo miedo global, el de la inseguridad energética, que a fecha de hoy es una gran amenaza para toda certeza. Veremos, en este marasmo, si a la vuelta de hoja del calendario hacia el 29 de abril, alguien ofrece una explicación plausible.