Cambios de opinión y matices periféricos

11 de Diciembre de 2023
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La política se ha metamorfoseado. No acabo de tener muy claro si, en realidad, los ciudadanos tenemos mucho que ver en esta transformación. Antes todo era muy sencillo, o azules o rojos y, si acaso, como rapiña, los nacionalistas en el contexto nacional, los regionalistas cómodos en la comunidad o en las ciudades. Resultaba -relativamente- confortable. Las reglas estaban marcadas y los prestatarios de los votos precisos reclamaban algunas contrapartidas económicas para sus clientelas. Todo dentro del juego.

El 15M marcó un cambio sustantivo. Irrumpían ideologías extremas por la izquierda a las que, posteriormente, se agregaban en el movimiento pendular las de la derecha. Y el mapa se desbarató. Y también las normas de convivencia institucionales. A partir de entonces, ya nadie pisaba tierra firme, sino que había de aplicarse en un manual de resistencia (me apropio para el argumento de los títulos de los libros del presidente del Gobierno) y las maniobras exigían cambios de opinión. En realidad, los populismos envolvieron al bipartidismo que, para sacar la cabeza, hubo de adquirir en su bicefalia las tácticas de los genuinos ejercientes de ese riesgo del que ya alertó León Buil hace tres décadas. De hecho, los dos principales partidos han recobrado terreno con políticas de comunicación similares a las formaciones radicales, especialmente entrenadas en esas guerras de guerrillas del manejo del intelecto ciudadano que son las redes sociales.

Siempre he sostenido que la agresividad de los extremos amedrenta a los moderados. En realidad, es una percepción de un cierto darwinismo social: igual que en la jungla, los más agresivos se llevan el gato -o el cervatillo- al agua, porque huelen el temor. Y lo olisquean porque las hormonas de la serenidad también se perciben a distancia.

Este lunes hemos conocido que el Partido Popular de Huesca ha cambiado de opinión. Seguramente, en la explicación del acuerdo presupuestario, en el que influyen no sólo los deseos propios sino otros de ámbito más amplio -el ecosistema demanda una visión como mínimo regional-, podrían haber explicitado las renuncias a sus visiones sobre Periferias o sobre cooperación con matices, pero VOX, como ha sucedido durante años con Podemos o sus satélites, no es de medias tintas y, cuando caza piezas mayores, quiere que se sepa, que suenen los timbales para que se aprecie que, al menos parcialmente, han obtenido triunfos. No me parece de recibo la supresión del festival, uno de los más valorados por el Observatorio de la Cultura año tras año, aunque hubiera admitido una evolución hacia una expresión más popular y amplia, aun a riesgo de perder una cierta identidad. Ni tampoco concibo una restricción tan drástica de las ayudas al desarrollo de países que nos ponen, como los ópticos, frente al panel en el que comprobamos la longitud de nuestra visión humana.

Con estas cesiones, con esta merma de la integridad, todos perdemos y lo hacemos por una cuestión esencial: porque el cambio de rumbo no obedece a una adaptación reflexionada, sino a una imposición. Esta historia ya me la conozco en el otro polo, y en ninguno de los dos resulta gratificante. Que nadie saque pecho. Los grandes edificios requieren de más interrogantes y respuestas y de menos imperativos. En el fondo, los grandes penan su sordera para dialogar entre ellos.

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