La campaña electoral, al relicario

08 de Julio de 2023
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El burro por delante para que no se espante. Nos lo espetaban los mayores, con su sabiduría, cuando cometíamos la incorrección de anteponer el yo en la enumeración: yo y tú, yo y vosotros, yo y nosotros. Escribo sobre el yoísmo en Contracorriente, atribuido a un personaje supuestamente periodístico que pulula más por las pasarelas de la representación que por las metafóricas máquinas de la redacción. Hay una diferencia con el plural mayestático, el propio de los reyes, "nos, que somos tanto como vos", que puede esconder reivindicación, humildad y hasta falsa modestia.

Vuelvo al hilo. El burro por delante. Sí, me sentí anacrónico en el arranque de la carrera hacia la gran fiesta de la democracia, como pomposamente proclamábamos en otros tiempos. Hoy todo es más prosaico. Quizás normal. Tal vez desdeñoso. Me acerco a la plaza de Navarra a las once, una hora antes, y está ocupada por adolescentes que van a su bola. Hacen bien. Tienen que salir, por inspiración hormonal, por ley de vida y por los dos años de mierda que les hemos dado con la pandemia, entre el confinamiento y el estigma que les hemos colgado con un prejuicio injustísimo. Me enternece preguntarles si saben qué va a suceder junto a los paneles del Casino. Que si un concierto, que si una manifestación, que si circo. Responden aturullados. Está en su condición. Cuando les aclaro que empieza la campaña electoral, las reacciones son variadas. Desde el encogimiento de hombros hasta la expresión "¡ah, eso!" o la pregunta de qué es la pegada de carteles. Cara de haba. Asienten para que les deje tranquilos. les comprendo. Hay lectores a los que les parece triste. Les entiendo. Pero esa tristeza, en todo caso, es imputable a nosotros, que somos los que hemos sembrado una educación y un pensamiento.

Me siento anacrónico por todo. ¿Qué hace un tipo con 62 años en el inicio de un modelo de campaña desfasadísimo y pretendiendo rescatar algo del entusiasmo que me suscitaba hace años, cuando la plaza bullía repleta de conmilitones y de observadores? Incluso de algún indeciso. Sólo el foco del lector me mueve a hacer fotos como un loco y escribir hasta casi las dos de la madrugada, cuando tanta faena social hay al día siguiente. La ventaja de tener 62 tacos es que, en el camino hacia casa, asoma la reflexión. Es como un manantial de reafirmación. ¡Qué acto más casposo! Decenas de personas (no llegan a cientos, lo siento) bienintencionadas (supongo que hay excepciones) entonando cánticos que abochornarían por su simpleza a Los Alcorazados, enarbolando banderas, aplaudiendo a los líderes que pegan carteles de papel contaminante con colas contaminantes y los focos contaminantes en la era de internet. Encima, nos sale carísimo.

Y, por delante, quince plúmbeos días impropios de la sociedad de la información en la que todos tenemos acceso a muchísimos más contenidos de los que nos pueden aportar Sánchez, Feijóo, Abascal o Díaz, Díaz, Abascal, Feijóo o Sánchez. Un gasto innecesario, un espectáculo más que mejorable para llegar a un punto que apenas requeriría tres o cuatro jornadas y directamente a las votaciones, que la jornada reflexiva también es prescindible sobre todo porque no la respeta ni Dios. Bueno, quizás sólo Dios.

Dos semanas de escuchar encuestas que, con total certeza, van a errar en un alto porcentaje. Hoy están de moda los "trackings". Recuerdo al Acorazado Potemkin de la prensa aragonesa augurando un negro futuro en la bancada de la oposición a la Ana Alós triunfal unos días después. O recientemente atribuyendo a Isaac Claver una derrota sin paliativos en Monzón. Veo al CIS de Tezanos que ha dejado el efecto de Elisabeth Noelle-Neumann para cambiar el signo con objeto de movilización, como lo hacen respectivamente con sus parroquias El Mundo o El País, La Razón o La Vanguardia, mientras Michavila sonríe porque es el que, con riesgo, más suele acertar.

La única reacción partidaria es eliminar los mítines. Sólo los que salen en la televisión. En auditorios más pequeños porque las plazas solo las llenan Roca Rey o Morante, esas plazas menospreciadas pero que, llenas, son el sueño hasta de los más arraigados antitaurinos. No, hoy ni con autobuses, bocadillos y cocacolas se llenan las gradas. A los mítines no va ni Cristo (por seguir con la trinidad).

Es viejuno todo. Incluso lo de prometer el empleo pleno, la mayor y más perversa falsedad, el peor juego diabólico en quienes no tienen la más mínima intención de cambiar la estructura económica del país. Eso ya lo hizo Felipe González. Todo está inventado, lo malo es no aprender de los errores O lo de mercadear con los viejos, que cuando uno se acerca va jodiendo cada vez más. ¡A mí me van a decir que me dan un céntimo de pensión! Volviendo a Cristo, se pondría las botas de expulsar a falsos mercderes del templo de la política.

Habrá un día en que todos, como cantaba Labordeta, conseguiremos que la mentira sea castigada. Que las falsas promesas sean un clavo tan ardiente que tengan el efecto disuasorio. Que los jóvenes entrarán por convicción en un sistema de atención a lo político del que les hemos expulsado. Ahora, estamos fuera de onda. Las campañas viejas, viejas campañas, están ya para meter en un relicario. Respiramos una distopía. Los tiempos han cambiado, y los que pacemos en el metafórico palacio de las fuerzas muertas (porque cada vez son menos vivas) no nos hemos enterado. Cuando se acabe el pesebre, llegará el rechinar de dientes. A menos que entendamos que la solución está en la adaptación de la especie. Lo proclamó Darwin. Pero no le leemos.

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