El ChatGPT y el maestro armero

22 de Julio de 2023
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Ha tenido gracia el abuelo presidencial. Joe Biden ha irrumpido en la sala de la Casa Blanca donde le esperaban los máximos directivos de las mayores tecnológicas y les ha asegurado. "Yo soy la IA". Cuando lo he leído, me ha recordado el pasaje evangélico en el que Cristo proclama que es la verdad y la vida, y quien cree en Él, aunque haya muerto, vivirá. Existe una tendencia a la reivindicación propia tan exacerbada que se incurre en la deificación. En la pretensión de que los demás nos identifiquen como dioses. Sucede en la vida pública y en la privada. Acontece en campaña electoral, donde nadie es capaz de poner un centímetro de empatía en el terreno enemigo (desgraciadamente, ya no hay rivales, eso se quedó para Churchill y su locuacidad parlamentaria). No sólo los contendientes, sino tampoco los atrincherados periodistas capaces de las preguntas más audaces... siempre que enfrente esté un candidato al que profesan aversión. Cuando llega el de casa, ovejitas luceras.

Yo soy la IA. Y saltan las carcajadas de los máximos responsables de Microsoft, de Meta, de Google, de Amazon, de Anthropic, de Inflection y de Open AI. Y el jefe de esta última, Greg Brockman, se frota las manos pensando en lo que va a facturar introduciendo en su ChatGPT los conceptos Joe Biden, Casa Blanca, presidente, Estados Unidos, despacho oval, Mónica Lewinsky, Bill Clinton, Donald Trump, 11-S y Watergate. Un dislate perfectamente equiparable al que puede resultar de la consulta de los diez principales atractivos turísticos, pongamos, de la provincia de Huesca. La imperfección es también del mundo de la Inteligencia Artificial, y, sin embargo...

Antes de seguir, aclaración para profanos tecnológicos. ChatGPT es una aplicación en los móviles u ordenadores, robotizada y que según la propaganda al uso de su creador responde a las consultas de los usuarios de manera natural y coherente. Presume de mantener conversaciones fluidas y generar respuestas creativas e ingeniosas. Hasta ahí la versión oficial. Sobre el terreno, deja bastante que desear, aunque pueda resultar útil para gente muy ocupada o lingüísticamente poco dotada... Pero siempre teniendo en cuenta que, si no lo revisa el ojo humano, el potencial de errores es enorme.

Los líderes del sector de la IA asumen que el lanzamiento incontrolado de sus ingenios suscita consecuencias controvertidas. Sucede como en el ejemplo de Rafael Yuste, el inductor del programa Brain de Barack Obama, que ha percibido tan inquietantes consecuencias de las neurotecnologías que las buenas intenciones iniciales pueden acabar como los efectos de la bomba atómica que fue presentada allá por los cuarenta como una oportunidad para el progreso de la humanidad. Tan opinables son las aplicaciones en materias como la educación que, de hecho, en las más selectas escuelas de los hijos de los potentados de las TIC no entra una pizarra digital. E inquieta, y no poco, la repercusión en cuestiones de seguridad nacional y también de seguridad privada. O en la manipulación de los individuos y las masas.

El ChatGPT, versión rudimentaria, ya está inventado en España, y quien dice España dice Huesca, desde hace años. Son los gabinetes de prensa que, aupados por su perpetuación legendaria y por la pobreza de las redacciones (en cantidad y en calidad), han colado morcillas como si fuera jamón ibérico, y como Jabugo han salido publicadas pese a su condición de humildes derivados de la peor matacía. Ha habido, de hecho, un cierto tenor robótico en tal relación, esto es, sin crítica, sin reflexión, tan sólo al servicio de intereses espurios de baja estofa y diminutos personajes enriquecidos por la mediocracia atmosférica.

No es universal, porque conozco a grandes profesionales en gabinetes de comunicación cuya cultura general y periodística los diferencian de los malos practicantes, pero sí ha sido muy generalizado. Y la solución no está en la Inteligencia Artificial, sino en saber optimizar la natural que tiene una ventaja adosada a nuestro inventario cultural español: que, en caso de fallo, podemos reclamar al maestro armero. No me imagino a nadie llevando a los tribunales a Greg Brockman por las meteduras de pata del invento de OpenAI.

Una recomendación a quienes se han dejado deslumbrar por ChatGPT como si hubieran visto in situ la transfiguración del Señor: mantengan los ojos abiertos y el criterio propio en alerta. No vaya a ser que les den gato por liebre y, repentinamente, donde ustedes tenían cerebro, de repente encuentren chips de impersonalización y deshumanización. Y quizás les pillen a ustedes aplaudiendo a Biden.

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