Manolo Torres, el universo de las despedidas y los funerales

14 de Junio de 2023
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Manolo Torres, antes de la comparecencia
Manolo Torres, antes de la comparecencia

Manolo se ha ido como un grande. Un amigo común, Antonio, con el que comparte apellido, fue despedido con loores en la Aljafería, pero sobre todo en su pueblo, en Sariñena. Aquel acto popular en el Cine El Molino estuvo encabezado por la icónica expresión de Bernardo de Chartres: "Somos como enanos sentados sobre los hombros de gigantes para ver más cosas que ellos y ver más lejos, no porque nuestra visión sea más aguda o nuestra estatura mayor, sino porque podemos elevarnos más alto gracias a su estatura de gigantes".

Los funerales y las despedidas son un universo. Recuerdo, en la memoria fresca, el velatorio de Fernando Elboj. Los estábamos de todos los pelajes. Los que le apreciábamos. Los curiosos. Los que tienen sentido de ciudad y acudían a despedir a su alcalde que fue. Y también los que se acercaron para cerciorarse, desde la indisimulada antipatía, de que había fallecido. Coincidí con el presidente Lambán y al ver a la viuda con un contrincante interno de años, me espetó: "Si Fernando levantara la cabeza y viera esta escena..." Le repliqué: "Es que aquí hay algunos que han venido a leer el certificado de defunción, no a mostrar sus respetos, porque no le tenían".

Con la despedida de Manolo ha pasado algo similar. En la sala de prensa, con las figuras más representativas del club en primera fila, se han sucedido los distintos perfiles. Desde un Pedro que se ha emocionado cuando le ha nombrado su presidente, y que ha sido su escudero en multitud de salidas en las que han soportado el vacío del resto de la expedición, hasta rostros hieráticos. Es la manera de disimular y de intentar, en la quietud, que pase de largo el calvario de esos 8:53 minutos que ha durado el soliloquio del presidente saliente. Salido. Sacado, por lo que él mismo ha dicho. A falta de notarios, querían dar fe con su presencia de que se iba. De una puta vez, que ya va siendo hora el final del cansino éste del compliance y de las incompatibilidades.

También ha habido ausencias, unas con disculpas, otras las propias de los ventajistas que siempre están con el vencedor, porque es el vencedor el que reparte los puestos del pesebre. La cobardía también es actitud que entra en las despedidas y en los funerales. Y ha habido presencias sinceras, aplausos de todo tenor, desde los periodistas que han agradecido su sempiterna afabilidad hasta los plás-plás monótonos de los que se les ha hecho largo, muy largo, ese periodo de casi nueve minutos de declaración institucional. Y las preguntas espontáneas de plumillas que se resisten a las comparecencias de plasma, que eso queda para la política, y porque intentan tirar del hilo de la palabra de Manolo, que no está ahora para sus declarados "arabescos laterales", sino para ser como los famosos del Sálvame, que valen más por lo que callan que por lo que saben.

Sí, ha habido muchos abrazos y besos. En esa categoría, en líneas generales, se alinean los de verdad (aunque no siempre). La camiseta del femenino entregada por Azucena, la discreta presencia de Marta, la mujer del presidente, que es la que ha aguantado no pocas desazones de meses de suplicio, su socio de vida y de bufete Pedro, Javi Cruz y un largo etcétera.

Antes de que salten a la yugular los monetizadores, diré que sí, que Manolo ha tenido un sueldo cojonudo. Pero tampoco he visto ninguna reglamentación que diga que disponer de un salario altísimo sea un salvoconducto para tratar a un directivo de manera inadecuada (prefiero ser suave). Y estas Torres han sido derribadas por pretender servir, enhiestas, a la Sociedad Deportiva Huesca. En los momentos más críticos de la historia presente, y por cierto dentro de unas elevadas nóminas del voluminoso elenco de directivos y consejeros (lo escribo así porque en algunos confluye la dobje condición), Manolo ha dado dignidad al cargo convertido en carga por la penosidad de la incomprensión. Mi presidente Mariano Bergua se reconocía a sí mismo como presidente florero. Pero al menos era respetado, hasta que la satrapía entrante y la enfermedad lo retiraron. En este caso, la historia escribirá que Manolo se ha ido con más honor que justicia. Porque la justicia no se mide en las indemnizaciones. Lo juro.

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