Tuve un gran profesor de Lengua, Manuel Casado, que nos recomendaba poner las oraciones por pasiva cuando no entendiéramos una expresión. Así nos ayudaría a ordenar la coherencia lingüística. En el asunto de moda, la falsa condonación de deuda a las comunidades autónomas, creo que para ser honrados intelectualmente con nosotros mismos y no caer en banderías, debiéramos aplicar un ejercicio similar y trasladar la realidad al terreno doméstico. Si a usted le deben algo, ¿le parece bien que no se lo devuelvan? ¿Y le agradaría que se mutualizara la deuda de tal manera que al final usted pagara también una parte? ¿Tiene algún sentido de urbanidad esta actuación? ¿Y de ética? ¿A qué responde?
Recuerdo a una consejera socialista del Gobierno de Aragón hace años: "Nunca se puede tomar una decisión por una presión, es una forma irresponsable y además contagiosa". ¿Es legítimo adoptar una medida tan onerosa para el Estado, que no es sino el gran recaudador del dinero de los contribuyentes, por soportar un gobierno en manos de facinerosos independentistas? Lo siguiente será -ya es- entregarles las políticas de inmigración que, ya podemos adelantar, serán racistas, xenófobas y ultranacionalistas.
La condonación de la deuda de casi noventa mil millones está repleta de todos los vicios y perversidades que podamos imaginar. Por un lado, trasladable igualmente al plano doméstico, es la autorización implícita -o explícita- a no pagar lo que se debe. Esto es, justifica e incentiva la mala gestión. Y complace la irresponsabilidad. Me atiborro a vino y rosas -no a prostitutas, que eso va por otros lares- y hago un "simpa", me voy por la tangente, practico el filibusterismo en la devolución y, luego, Dios dirá... o Sánchez.
Por otro, se profundiza en la senda de resquebrajamiento de la Constitución. La solidaridad territorial no existe, premiadas como son las comunidades más ricas, que además consiguen definitivamente que el café para todos autonómico se transforme en una asimetría competencial que agrede directamente la igualdad de oportunidades de cada ciudadano. En estos momentos, es papel mojado el artículo 138 de la Carta Magna que explicita la garantía del principio de solidaridad consagrado en el artículo 2 de la Constitución velando por el establecimiento de un equilibrio económico, adecuado y justo entre las diversas partes del territorio español.
Vivimos, por una visión cortoplacista de una coyuntura impensable, un momento en el que la ética ha perdido todo su valor, como el sentido de la patria -entendida en su más estricta significación- y hasta el común. Un atentado desde dentro contra un país que, como decía Von Bismarck, está empeñado en autodestruirse y que, cuando perciba su potencial, será una potencia mundial. Y no la filfa que es hoy en la matrioska europea, hueca y descerebrada.