Consumidores u hombres libres

03 de Enero de 2023
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En sus muchas elucubraciones filosóficas, José Luis Sampedro solía concluir con una fuerza extraordinaria. Defendía criterios y valores, ahuyentaba la conveniencia como instrumento para las conductas. En cierta ocasión, le leí una entrevista en la que venía a sostener que nos educan en una dicotomía, la de productores o la de consumidores, y esta dualidad perjudicaba la gran opción como ciudadanos: la de ser hombres libres. Se van a cumplir en apenas cuatro meses diez años desde su fallecimiento y el escritor, a la sazón extraordinario en criterios terrenales por su condición de humanista, no hubiera soñado el grado de adormecimiento que hoy atravesamos los homínidos. Si acaso, deambulamos sobre nuestra naturaleza bípeda escuchando cómo el viento atrae mensajes que nos sobrevuelan a tal velocidad que apenas podemos aprehenderlos.

Sinceramente, una de las noticias más aburridas e insustanciales que oigo a lo largo de todo el año es la del rosario de subidas y bajadas de precios de los productos básicos, de la energía y de esas otras materias abstractas de aguijonazos concretos como son los impuestos. En la plasmación, viene a resultar que las medidas extraordinarias dejan inflaciones truculentas en algunas de nuestras compras o consumos, además de inconsistencia total en las anunciadas disminuciones. Esto sí que es "jalogüin", el truco y el retracto. Las operadoras de hidrocarburos anuncian que asumen diez céntimos después de que el gobierno haya dejado de sostener veinte. Viene a resultar que desde el día 31 han subido siete, con lo cual ya tienen las cuentas hechas. Y Hacienda recauda más. Somos desmemoriados. Creemos que siempre ha sido así, y hace poco más de un año abonábamos poco más del euro en lugar de 1,70 de hoy. El negocio va por barrios. Por todos menos por los del consumidor, que difícilmente puede ser hombre libre porque no hay otra directriz que la del "trágala". Trágala, vil servilón, tú que no acatas la Constitución. ¿Acaso hay alternativa? La del ermitaño.

Es manifiestamente imposible pugnar con las grandes compañías. Las de los carburantes. Las de la luz o el gas. Las compañías de seguros. Las telefónicas. Nadie entiende las facturas. Y el que se esfuerza por comprenderlas acaba desquiciado. Nadie comprende el sistema. Ni los impuestos. Ni los servicios (muy mejorables, muy escasos para la presión fiscal). Ni las arbitrariedades. Ni los caprichos. Ni las impunidades. Ni las sediciones. Ni los datos del desempleo, que, palabrita, a las audiencias les traen al pairo.

De hecho, alguien, yo mismo, se levanta de la cama queriendo ser hombre libre y la vida le encarrila sin alternativa por el cauce del consumidor. Sin derechos, porque las pernadas son de otros. Y por eso, para respirar, busca las bocanadas en ese avance de las democracias porque los Putin, los Jinping, los Kim Jon Un, los Bolsonaro y la satrapía rampante adelgazan su influencia. Pero  es tan larga la guerra y tan trufada de medias verdades, que se duda. Y ahí es donde, al menos, se encamina hacia el final de la jornada y ve la lista de Forbes con Valeria Corrales-Patricia Heredia y se abre un resquicio a la esperanza. Y constata que ahí está Rafa Yuste, el neurocientífico que intenta, en vano, que el mundo firme una Declaración Universal de los Derechos del Cerebro. Y el mundo, salvo Chile, se niegan, porque niegan la mayor: el respeto a la intimidad de nuestro músculo más importante. Están mejor intentando manipularlo. Que seamos consumidores. Sin humanidad. Acuéstate, amigo lector, y mañana sal de la cama como yo: dispuesto a comerte el mundo con las fauces de la libertad. Sin ese intento, muere tu identidad.

 

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