Cuide a sus policías y estará invirtiendo en usted mismo

Las agresiones a los agentes constituyen un atentado contra la democracia y contra la libertad

06 de Octubre de 2025
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Cuide a sus policías y estará invirtiendo en usted mismo
Cuide a sus policías y estará invirtiendo en usted mismo

La agresión a dos policías locales en un bar de Huesca bien podría poner a prueba las disquisiciones semánticas que últimamente exhiben el grado de hipocresía en torno a términos que, formulados de una manera u otra, no dejan de ser sinónimos sobre los que articular un discurso partidario, de bandera. Además de agresión, los habrá que prefieran denominarlo ataque, y también es correcto, la mejor definición es atentado. Atentado contra la autoridad que, como tal, debiera ser invulnerable y más cuando hablamos de los profesionales que están al cargo de nuestra seguridad, de la suya y de la mía, querido lector.

La relatividad intelectual, esa que lo mismo admite churras que merinas y da el cambiazo, ha contribuido a que la relación entre el resto de la ciudadanía y las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado (también lo son los policías y la Guardia Civil, evidentemente) haya dado un vuelco antinatural en manifestaciones pretendidamente pacíficas -como tal proclamadas incluso por ministros- en las que el saldo de agentes heridos es infinitamente superior al de manifestantes detenidos. Salvo que entre estos haya algún supermán de baja estofa, sólo la violencia propicia daños a tipos fornidos y bien formados como son los policías. Violencia, sí, violencia. A cada acción, su definición.

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En plena confusión de conceptos interesadamente creada por esa suerte de violación moral que es el doctrinarismo a costa de la inteligencia, nos hallamos ante una moldeabilidad que permite justificar ataques a policías juzgando si sus actuaciones son proporcionadas e incluso introduciendo elementos subjetivos como la propia familiaridad o amistad del que vulnera la ley, la querencia propia a la causa que se reivindica e incluso la presunta impoluta hoja de servicios cívica de quien ha cometido una falta o un delito. De tal guisa que cada uno escogemos nuestra propia legislación para juzgar a profesionales uniformados, la mayor parte de las veces introduciendo elementos subjetivos e interesados en la valoración.

Dentro de las muchas facetas de la vida en las que los prejuicios han anclado a una parte de la sociedad en la primigenia transición, una de ellas es la nostalgia de quienes presumen de haber corrido delante de los grises obviando que el momento histórico es, hoy, muy distinto, y la modernidad también incluye eliminar estigmas pasados e instalarnos en estos tiempos en que los policías son puntal imprescindible de nuestra comunidad.

Olvida el vecino absorto en sus maximalismos que los policías están sometidos a sus propios regímenes internos y a sus fundamentos morales sobre valores que están muy por encima de la media ciudadana. El que incumple de ellos, lo paga, pero precisamente se han formado para no hacerlo. Atacar a los policías en cualquier conversación es el preludio de la falta de respeto a la autoridad, y créanme que, cuando lo hacemos, estamos poniendo semillitas o plantas directamente a la violencia. Los policías son garantes de la seguridad, de la democracia y de la libertad. Y, por supuesto, de la vida plena. Ya lo dejó escrito Francisco de Quevedo: "No vive el que no vive seguro".

Los dos policías locales atacados por un energúmeno despreciable, como los minusvalorados por vándalos callejeros en concentraciones de las que se convierten en el gran baldón contra su legitimidad, los guardias civiles y policías nacionales y locales que fueron asesinados por ETA, los que caen en acto de servicio por la criminalidad habitual, los que son vituperados por estúpidos que no entienden lo que es el Estado de Derecho, merecen no sólo nuestra solidaridad, sino nuestra gratitud infinita, porque con absoluta certeza son los únicos profesionales en esta sociedad que son capaces de ejercer sus oficios incluso con el riesgo de la integridad propia.

Cuando usted dice buenos días a una pareja por la calle, cuando les desea buen servicio, cuando les expresa su respeto, está invirtiendo en usted mismo. Está reforzando la estima que requiere su altísima misión, que en sí mismo es tan transformadora que es pilar de libertades. De paso, a ellos le reconforta, y a usted también. Cuando colabora con ellos, está echando una buena mano a la sociedad. Nuestras policías son nuestras garantías, así que quítese de los hombros esas molestas canas de las maledicencias ideológicas y mantenga su mirada limpia para sonreírles y apoyarles. Esto es cultura democrática.

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