Sentí el honor presente del reconocimiento por la contribución personal y, fundamentalmente, de mis compañeras a la Cultura de la Defensa, que es un concepto tan amplio como real, que constituye uno de los mayores termómetros de la madurez de una sociedad. Resultó en la Subdelegación de Defensa un acto sobrio y eficaz, como son las Fuerzas Armadas, pleno de simbología y belleza por cuanto tuvo de Justicia con todos los galardonados (el general José Jarne en el corazón del recuerdo de los presentes) y de esperanza en los valores asimilados en la joven barbastrense Candela, vencedora del concurso Cartas a un Militar. En las futuras generaciones, me permito el vaticinio, residirá el destino de la Cultura de la Defensa.
Aunque la motivación del premio se sitúa, entiendo, en la dimensión periodística de una carrera en su recta final y en la amplitud multimedia de todo acontecimiento castrense y cultural que practicamos con Myriam y Mercedes, ha habido un largo camino en lo personal hasta el momento en el que la alcaldesa de Huesca, el subdelegado y los coroneles Matilla y Blanco entregaron la distinción a este humilde informador. Prácticamente desde la cuna, aprendí a valorar el significado de uno de los actos más preciosos y profundos en toda ceremonia militar: el Homenaje a los Caídos por España. Siempre me ha estremecido y más desde que, hace muchos años ya, mi padre pasó a servir a otras patrias celestiales.
Fui un soldado mediocre y un sargento "imeco" poco capaz, auxiliado por los compañeros suboficiales para resolver mis evidentes lagunas. Y, precisamente desde estas limitaciones, se enriqueció mi percepción de las Fuerzas Armadas, a las que ya llegaba con el entrenamiento emocional del cuartel de la Guardia Civil en Pamplona en el que celebrábamos con sentimiento el Día de la Patrona y llorábamos a los moradores del acuartelamiento a los que ETA se llevaba por delante entre el entusiasmo de unos cuantos viles asilvestrados y el silencio cobarde y hasta cómplice de no pocos ciudadanos de pacotilla. Y llegué a Huesca a mi destino final, donde encontré durante un año el calor de la residencia de oficiales de la Comandancia, que compartí como únicos huéspedes con el hoy general Arribas, cuya presencia en la Subdelegación de Defensa me alegró infinitamente este martes. Como si se cerrara un círculo.
Quizás no sea una paradoja que mi perfectible desempeño castrense en activo diera pie a mi admiración por los muchísimos compañeros que en aquellas etapas me instruyeron y me acompañaron. Los militares españoles no son buenos, son extraordinarios. Y acrecientan tal calificación por la dificultad de encontrar comprensión en una parte inmadura de la sociedad que todavía no ha aprobado la asignatura de Estado de Derecho y destila desconfianza y animadversión a las Fuerzas Armadas y los Cuerpos de Seguridad del Estado, como lo hace hacia el clero o hacia el empresariado, negando virtud hacia lo más virtuoso de este país. Y atribuyendo connotaciones negativas al concepto de Patria, como bien refleja el chalamerino Víctor Lapuente en su admirable Decálogo del Buen Ciudadano.
La Cultura de la Defensa, a la que podríamos añadir la de la Seguridad, exige entender la esencia de las FAS, en su misión de garantizar la soberanía e independencia de España, defender su integridad territorial y el ordenamiento constitucional. Parece una mera declaración, pero su profundidad conceptual aumenta con la visión de nuestra terrible periferia actual, de Ucrania, de Gaza, de Venezuela y de las decenas de conflictos bélicos que asuelan el planeta.
La Cultura de la Defensa demanda acercarse a unas fuerzas que estiran la austeridad como un chicle para cumplir con sus cometidos, que optimizan al máximo los escasos recursos a los que la miseria intelectual de muchos dirigentes condena precisamente a quienes velan por la integridad no del país, sino de todos y cada uno de nosotros. Exige, además, reconocer el nivelazo de unas fuerzas políglotas y descomunalmente cultas, que cada misión en países en extrema fragilidad y destrucción convierten en un máster en el que acumulan conocimientos y destrezas.
La Cultura de la Defensa pone a prueba el nivel de observación del homo sapiens, capaz en su plenitud de concebir el Curso Internacional de Defensa de Jaca como el más excelso acontecimiento para el debate y el conocimiento que cada año disfruta esta comunidad autónoma. Y que tiene sus ramificaciones en distintos puntos de nuestra provincia y en la capital, donde la Subdelegación de Defensa y la Hermandad Veteranos de las Fuerzas Armadas y de la Guardia Civil ofrecen la oportunidad de aprender sobre geoestrategia o sobre historia, de aprehender valores humanos inmemoriales.
La Cultura de la Defensa requiere, como certeramente parafraseó el coronel Matilla, sacralizar la máxima de Sun Tzu de hace veinticinco siglos, "el ejército ideal es el que gana batallas sin combatir", pero siendo conscientes de que una función básica de las Fuerzas Armadas estriba en estar preparadas, si menester fuera, para ser competitivas en los escenarios bélicos, que es precisamente su gran especialidad. Y, en sentido incluso superior a su admirable papel en emergencias o papeles humanitarias, tal pericia es una garantía para usted, para mí y para todos los ciudadanos de este país.
Quiere decir toda esta larga expresión de mi agradecimiento por el premio que me puedo permitir, en mi libertad de expresión y en mi manifestación de honradez intelectual que no entiende de conveniencias superficiales y de dialécticas fatuas, proclamar que no existe política social más trascendental que la que refuerza en la práctica la estructura y recursos de las Fuerzas Armadas. Negar este concepto sólo es posible desde una indigencia racional. Pero también es probable que esta conclusión proceda de mi permanente aprendizaje de su apasionante y complejo mundo en el que el conocimiento es la principal arma de construcción masiva.