Tengo para mí que, más allá del aspecto estético y escenográfico que indiscutiblemente fue mucho más apropiado en 1985, el viaje de los Danzantes a Roma en 2025 va a resultar una vivencia mucho más enriquecedora.
Es legítimo, y a mí me ha suscitado dudas, la idoneidad del dance en jornadas de luto pontifical. Pero, más allá de lo opinable, cuando uno se adentra en terrenos de convenciones y otras cuestiones formales, conviene dejar en manos de la libertad de conciencia y de expresión la resolución final.
El objetivo de los Danzantes, de la Banda de Música y de Cuna de San Lorenzo era danzar ante el Santo para celebrar con él su 1800 aniversario de su nacimiento, un cumpleaños en el que regalar a la memoria y a la entrega del mártir lo mejor de nuestra fiesta y de nuestra identidad. Nada hay, pues, de irrespetuoso, de irreverente ni de contrario al sentimiento triste que nos invade desde el fallecimiento de un referente para muchos -me incluyo- como ha sido Francisco. Es más, me atrevo a pensar que, si en las manos del argentino Bergoblio estuviera, él preferiría los sones alegres y el tributo al santo que las caras lánguidas que nos postran en circunstancias adversas.
Conozco a un buen puñado de Danzantes y me atrevo a asegurar que esta mañana, en ese escenario humilde donde han volado las espadas, las cintas, los palos viejos y nuevos, han tenido un extra de concentración para ser capaces de triplicar la atención entre el dance, las plegarias al santo y las oraciones por el papa. Lo de menos era la perfección de los movimientos o de las herramientas -tales son, que no armas-, lo fundamental era llevar en ellos la mirada al cielo donde, complacidos, imagino a Fernando Esperanza y Mariano Claver, Mariano Claver y Fernando Esperanza, con esa sonría franca que compartían y ese corazón que bombeaba pasión laurentina.
Sumando los valores del Santo que valoró a los pobres como el gran tesoro de la Iglesia, al Papa que convirtió a los desfavorecidos en el foco de su pontificado y a los danzantes que fueron, que son y que serán, Huesca es hoy, vía Roma, más rica. Personalmente, me siento más orgulloso que nunca de los Danzantes, incluso en mis dudas (si San Pedro dudó y hasta negó, qué no haremos los mortales), de la Banda y de la Huesca en la Ciudad Eterna representada. Me alegra su lucha y su tesón argumental para defender el objetivo que les ha llevado sacrificio y esfuerzo. Y, sobre todo, me atrevo a pedir que, antes de juzgar, seamos capaces de ponernos primero dentro de sus trajes y bandas, y segundo de evaluar la gran fortuna de que, año tras año, mantengan enhiesta la identidad de Huesca manifestada cada 10 de agosto cuando el sol apenas ha brotado tímido. El corazón tiene razones que la razón no entiende (Blaise Pascal). Y, ahora, cumplido su reto, ensalzado el patrón al ritmo de Gardeta, Gutiérrez o Francisco Román, tienen el derecho y el deber de vivir un momento único en la historia de la humanidad.