Danzantes, patrimonio del pueblo

16 de Agosto de 2023
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Los danzantes han actuado en la Fiesta del Comercio. Foto Myriam Martínez
Los danzantes han actuado en la Fiesta del Comercio. Foto Myriam Martínez

Quien mejor entiende a los danzantes es el pueblo. Es el que les felicita. El que siente un sobrecogimiento cuando el primer toque indica que algo va a suceder. Algo sobrenatural. Algo extraordinario. Nadie espera una exhibición de virtuosismo. La virtud se halla en los corazones, en la identidad, en la emoción. En la consciencia de que, en ese preciso instante, a las 8:30 horas, el que ve a esos jóvenes (ahora a esas jóvenes también) está participando de una liturgia en la que no es un espectador pasivo, sino que brinca a la par que los brincos de los portadores de las espadas, golpea mientras suenan los palos nuevos o viejos, se desliza en el vals entre las cintas y siente el filo del metal en el degollau. Y, entre una y otra pieza, aplaude mientras se enjuga la lágrima que acude al encuentro con el ser oscense.

Por eso el pueblo sabe que, para ver ballet, o danza clásica o vanguardista, para la gimnasia rítmica, están otros escenarios. Y por eso admira a cada danzante, a cada danzanta, porque el grupo es un universo en el que cada cual es diverso. Es paradójico. Algunos medios, incapaces de verter una mísera crítica hacia los futbolistas híper profesionalizados, muestran una exigencia inusitada y desustanciada hacia los danzantes. Y, sin embargo, los oscenses acrecientan su admiración de la Plaza de San Lorenzo al patio del Ayuntamiento, y de allí a la Pontifical, y de la Pontifical a la plaza Luis López Allué al día siguiente, y de la plaza Luis López Allué a la Ofrenda de Flores y Frutos cuatro después. Puestos a ejercer la crítica por alguna vez en su vida, al menos podrían interesarse los débiles con los fuertes, que a su vez son fuertes con los débiles, por las circunstancias. Y luego, si acaso, informar con rigor.

La llegada de dos mujeres, Cristina e Ibón, a la Agrupación ha sido una bendición. Como la de Fernando o Santos. Quedan sometidos al escrutinio del espacio público, y ahí se han mostrado generosos al máximo. En unas temperaturas rayanas en los cuarenta, saltando, bailando, chocando las espadas o los palos, componiendo las figuras, están condicionados al riesgo de un esfuerzo físico que no es baladí. Sucede también a los deportistas, y se lesionan, y se asume con naturalidad. Me consta que ha habido más percances que los señalados por los escrutadores de la fábula de las alforjas, esos que llevan siempre por delante los defectos de los demás y dejan para la espalda los propios. Para no verlos ni sentirlos. Y que algunos que han delatado no han sido tales.

No, el dance no es -sólo- una expresión artística ni un despliegue deportivo. Tiene más de poesía en movimiento, de filosofía, de oración, de reverencia a las raíces y de cultura (como conjunto de valores de una comunidad) que de deporte. Eso lo sabemos los oscenses, los de pura cepa, que no necesariamente hemos tenido que nacer aquí. Por esta condición, y porque los prejuicios son para los necios o para los cortos de entendimiento, este 2023 los Danzantes (y los músicos de la Banda) han completado una obra maestra. Al menos a mis ojos. Al menos a los del pueblo de Huesca. Porque los danzantes, para que se conciban en toda su dimensión, son patrimonio del pueblo. Y el pueblo es el patrimonio de San Lorenzo.

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