Me siento en la obligación de explicar unos conceptos elementales en la deontología periodística. Lo más confortable sería tumbarse al sofá a disfrutar de los triunfos minuto-a-minuto de mis compañeras Myriam-Mercedes-María José y del querubín Adri que están dando unos visos cada vez más esperanzadores a este pequeño milagro de la voluntad y de la vocación de servicio que es EL DIARIO DE HUESCA. Sin ellos, sin su enorme criterio, sin su esfuerzo sin límites, sin su clarividencia, sin su curiosidad, sin sus valores éticos, ese premio de Periodistas de Navarra hubiera sido inviable. Y esas primicias, y esas exclusivas, obedecen más a una observación por tierra mar y aire, a un lanzamiento permanente de ojos, orejas y bocas a la calle. No es, en el periodismo de hoy de oficina, nota de prensa y pandereta a la autoridad, nada habitual. Ni siquiera nadie se ha preguntado cómo se puede extremar el eufemismo oficialista hasta la majadería de llamar a una fecha el Día Internacional de las Personas de Edad. Y no cuestionárselo nadie. Viejos, joder, se dice viejos. O mayores. Tal denominación es suficiente como para aniquilar la ONU cinco minutos antes de que Putin apriete el botón que le pete y nos pete. Nos extinguimos indefectiblemente.
Pero, mientras llega esa contingencia fatal, vamos a disfrutar haciendo pedagogía. Hace unos diez-doce años, cuando decidí apuntarme a toda formación que reuniera una doble condición: divertirse aprendiendo y aprender divirtiéndose. Atrás quedan los sufrimientos de los estudios forzosos y, a determinadas edades, los sacrificios han de ser dosificados. Por otro lado, me inspiró mucho una comida con José Ángel Biel y Antonio Angulo en la que el sempiterno vicepresidente gubernamental excitaba nuestra rebeldía al proclamar que, desde los sesenta años, uno puede decir lo que le venga en gana y, de aventurarse a represalias, reírse a la cara de los represores. En ocasiones, Antonio me decía que no me iba a ganar el premio de míster simpatía con los compañeros de profesión, y yo le replicaba que no me hacen falta distinciones ni reconocimientos de organizaciones paniaguadas y 'meliquistas' -que no hacen sino mirarse el melico sin que les pique el misterio de la verdad que está ahí fuera-. No, hay mucho mundo y el de un periodista ha de estar en contacto con la sociedad a la que ha de entregarse. No restregándose en la inanidad con los colegas.
No hay oficio que merezca la pena si no está acompañado de unas reglas éticas. Algunas, inamovibles. Entre ellas, una que es asesorar a los clientes, sean en nuestro caso los lectores, los espectadores, los oyentes o los anunciantes. Darle certezas, ofrecerle confianza. Transparencia y rectitud. Decencia, en definitiva. Nunca como ahora -tal y como hoy mismo me reconocía en un wasap un directivo de mi ex grupo- hay tanto adán que, malintencionadamente, se atribuye méritos que no son suyos y birla a los compañeros-contrincantes sus virtudes por la vía de la ocultación. Nunca lo hará un periodista no ya de raza, sino de probidad. En nuestro humilde medio, en estos dos meses hemos reflejado los presentadores de actos ajenos a nuestras nóminas, incluso de casas que nos desprecian, y esta misma semana hemos guiado directamente a los autores de una primicia por un juicio en Barbastro, en concreto El Cruzado Aragonés y Cope Altoaragón. Esta mañana, con una desfachatez indigna de esta actividad que no se entiende sin moral, muchos se han hecho eco de la primera danzante de la historia de Huesca incluso plagiando párrafos enteros de nuestra información de medianoche en una apropiación rayana en la indecencia. No, no es un asunto de presuntuosidad o de ego. Tan sólo, un componente para que el lector pueda enfocarse hacia un consumo responsable de la información, cuyo fundamento ha de ser la credibilidad a través de la confianza. Y, quien esconde elementos notables de la noticia, no es de fiar. Dicho lo cual, nuestra línea seguirá siendo la de los renglones rectos. Que no nos esperen en prácticas miserables.