El dejar tan tristes, tan solos los muertos

19 de Enero de 2023
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Todo transcurrió según lo previsto. Quizás con un punto fuera del guion. El ministro Illa se detuvo con las empleadas de Limpieza de Edificios y Locales en huelga, las escuchó y firmó su apoyo. Sensibilidad plausible. El filósofo que fue ministro de Sanidad en la mayor crisis sanitaria en los últimos cien años se sentó con el alcalde de Huesca, Luis Felipe, para presentar su libro "El año de la pandemia", que abarca el periodo que transcurre del decreto del estado de alarma al inicio de la vacunación. Se oyó más al munícipe que al jefe de la oposición catalana, por los arbitrios del equipo de sonido, deficiente en el caso del autor. El coloquio transcurrió con la severidad del asunto, con la flemática expresión de dos interlocutores comedidos en el verbo. Sensación de seguridad, flores para el presidente del gobierno, loas para Fernando Simón, defensa de la bondad del sistema sanitario, elogio a los profesionales, defensa de las medidas, incluso contención para no reprochar las críticas de la oposición. Resulta interesante oír a quien ha regido las decisiones sobre la salud pública en los años más críticos socialmente de nuestras vidas. Incluso se agradece que el presentador-no presentador, como reconoció Luis Felipe, fuera tan directo, tan preciso y tan poco invasivo que, efectivamente, no semejó a los periodistas en busca de gloria asumiendo un protagonismo que no le pertenece. En el salón de la Diputación, el auditorio concentró su atención en Illa.

Esta presentación adoleció, según mi modesta opinión, de dos carencias. La primera ausencia fue la duda. Me hizo pensar si el que hablaba era el filósofo que generaba confianza en los principios de la crisis o el que cursó el máster en la escuela de negocios. René Descartes aseguraba que para investigar la verdad es preciso dudar, en cuanto sea posible, de todas las cosas. Y Camino José Cela tenía una forma castiza de expresar la misma idea: "La duda, esa vaga nubecilla que, a veces, habita los cerebros, también puede entenderse como un regalo. Y no es -lo que queda dicho- una aseveración, ya que, sobre ella, tengo también mis dudas". Me sucede como en otros ámbitos: valoro a las personas seguras de sí mismas, pero todavía más a las que incluso en los éxitos (sobre la evolución de la pandemia, nadie puede presumir salvo que sea un cretino) son capaces de detenerse a replantear sus propias decisiones... aunque luego sigan adelante con ellas en el juego de la balanza entre los pros y los contras.

La segunda, y permítanme escoger el oxímoron clásico del silencio atronador, fue la muerte. Los fallecidos, 118.000 según las últimas y autocomplacientes estadísticas oficiales, son los grandes olvidados no sólo en los discursos oficiales, sino en las conversaciones cotidianas. Es más fácil soportar la muerte sin pensar en ella, que soportar el pensamiento de la muerte, como apuntillaba Blaise Pascal. En la presentación de un libro sobre la pandemia, en cualquier balance sanitario, en toda presunción de nuestro sistema, jamás debiera escaparse esta circunstancia, este reconocimiento. Es un pésimo favor a nuestra condición humana, un olvido que no podemos permitirnos salvo que estemos dispuestos a renunciar a su integridad. No digo, con las deficiencias de sonido que hubo, que no se pronunciara la palabra muerto. Pero sí que no fue objeto en momento alguno de homenaje a quienes cayeron en unas terribles circunstancias. Y ese es un error que se me antoja impropio de quien ha dedicado su conocimiento y su experiencia a escribir sobre el periodo más horrible de nuestras vidas.

Por salud ética, todos debiéramos hacer un esfuerzo para no borrar de un plumazo a quienes, estos y estas sí, se quedaron atrás porque no supimos/pudimos proteger. Por sensibilidad, por justicia. Porque no podemos permitir que aflore en nuestra melancolía, al constatar cómo cerramos el baúl de los recuerdos, la remembranza de la rima de Bécquer:

"¿Vuelve el polvo al polvo? ¿Vuela el alma al cielo? ¿Todo es sin espíritu, podredumbre y cieno? No sé; pero hay algo que explicar no puedo, algo que repugna aunque es fuerza hacerlo, el dejar tan tristes, tan solos los muertos".

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