Apenas había traspasado la aguja el punto de las nueve de la mañana cuando el pasaje que completaba el AVE Barcelona-Zaragoza-Madrid anunciaba la llegada a Madrid-Atocha en varios idiomas, y el primero de ellos era el imperial, el universal, el de las oportunidades: el catalán. En el grupo, todos nos miramos hasta que este firmante, que es un bocazas, exclamó aquello tan castizo de "manda güevos". Una unidad de alta velocidad llena de españoles y el recibimiento de Renfe al desembocar en la capital de España es en catalán. Ni cotiza que en la arrancada en la ciudad condal no hubo salida en español.
Esta estulticia irredenta de la compañía no es sino el símbolo del retroceso en el que la cobardía oportunista sume al idioma de todos, no sólo de los españoles, sino también de cientos de millones por otros países del mundo. Es una rendición en condiciones que obedece al empuje de la xenofobia de los nacionalistas catalanes, similar aunque con distinto grado al que por métodos más violentos ha impuesto el racismo vasco de ese botarate que fue Sabino Arana.
Ha pasado por el tablero nacional con relativa discreción la delación a doscientos médicos que, en Cataluña, han atendido a sus pacientes en castellano (nomenclatura empleada por los medios de los decrépitos y antaño admirados paisos catalans). Han decidido los delatores que prefieren que les digan escolti a que les ausculten en español y que les permitan deleitarse con la sonoridad bucólica del catalán, que en sí misma es curativa. De tal modo que un catarro diagnosticado en catalán lo responde a la receta del refranero popular de que se cura, con medicación, en siete días y, sin ella, en una semana. Y que un cáncer se reduce si el médico acaba con un molt bé mejor que cuando el tratamiento es impecable pero está prescrito en el zafio español. De hecho, la neumonía bilateral (como la que padece Su Santidad) se reduce a unilateral si se manifiesta en la lengua de Lluis Llach. De hecho, hay incluso grados entre los que cantan al revolucionario respecto al traidor Albert Boadella. Tengo para mí que, de hecho, el Juramento Hipocrático original se escribió en catalán y se pagó su impresión en una filial de Banca Catalana bajo las órdenes de Jordi Pujol.
La delación, esa práctica tan sutil que pusieron en marcha los Goebbels y los Stalin, los Castro y los Chaves, los Somoza y los Mussolini, ahora se aplica en el ámbito idiomático. De tal manera, que la declaración universal de los derechos del ser humano (no me atrevo a escribir hombre) no incluiría entre las discriminaciones inaceptables el idioma y se quedaría con los manidos sexo, credo, religión, origen y condición.
Más allá de los pronunciamientos públicos medrosos, yo creo que la solución para esos doscientos galenos es encontrar acomodo en atmósferas amables de los pueblos aragoneses donde les resultaría sencillo encontrar un ambiente armónico en el que sentirse queridos y admirados por los vecinos, lejos de la hostilidad de unas decenas de impunes majaderos que no merecen su atención. Mataríamos dos pájaros de un tiro.