Despidos sutiles

02 de Noviembre de 2022
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Dick Grote, autor de How to Be Good at Performance Appraisals (cómo ser bueno en la evaluación del desempeño), sostiene que despedir a un empleado debe ser la tarea más difícil de un líder. Aunque haya justificación, ha de resultar duro decirle a alguien que ya no recibirá un sueldo y, cuando despierte por la mañana, no tendrá a dónde ir.

En toda la literatura de los recursos humanos (o, como dice Miguel Ángel Otín afeando el término, la gestión de las personas), se incide en la importancia de varios puntos que pueden convertir una práctica ingrata en la constatación de que la empresa tiene, cuando menos, una sensibilidad. Ya no pidamos un alma, un espíritu humanista. Pero, al menos, conciencia de lo que está perpetrando. Uno es pensar en el resto del equipo porque un miembro del cuerpo colectivo se va a desgajar. Segundo, apoyarse en el departamento de RRHH si es que en éste hay un ser con rostro, ojos y dientes para sonreír en pleno proceso de ejecución. Tercero, no alargar la tortura: brevedad, claridad. Cuatro, fundamental, aplicar la empatía, esto es, ponerse en el lugar del otro. Y, final, fomentar la comunicación interna.

Hace unos cuantos años, en nuestro sector impresionó la crueldad con la que se cepillaron (sí, ese es el nombre correcto cuando hay tal depravación) a un trabajador en una casa comunicativa de nuestra ciudad. Acudió por la mañana a encender el ordenador y no había manera de que obedeciera su contraseña. Intentó coger el móvil y el cajón estaba cerrado con llave... que él no disponía. Por línea interior, comunicó a la jefa su extrañeza. Con sequedad expresiva, le espetó: estás despedido. Se quedó tan ancha, aunque la muy inepta seguramente no era sino la correa de transmisión de las órdenes vertidas de desiertos a una hora de camino.

Mientras la doctrina actual abunda en la necesidad de humanizar incluso los procedimientos más antipáticos, en nuestro sector los muy patanes hasta se regodean cuando echan a trabajadores. Se ríen. Total, no han venido al trabajo a hacer amigos (ni a ningún lado, sospecho, salvo que sean de su calaña). Los muy cretinos. Se van el gerente y el lacayo de RRHH, o el director y el director (cargo compartido, inepcia a distinta escala), a comer. Y luego gin tonic que te crío. Antes, como fue un caso que conocí hace unos años, hasta el sarcasmo: "No creerás que te he llamado para despedirte. -- No, no. --Pues crees mal, sí. Estás despedida".

Como toda providencia, son capaces de 'soltar' la carta al recepcionista para que se la entregue al lapidado. O mandar un burofax (como a mí). La gallardía luce por su ausencia. Ahora me acabo de enterar de otra actuación similar a la que he relatado en primer lugar. Y se me antoja vomitivo. Digno de que alguien ponga orden y legisle frente a esas mezquindades de las que se nutren psiquiatras y psicólogos. Cuando quienes tendrían que usarlos son los descerebrados esos. Los inútiles que cargan sobre las bases las incompetencias en sus decisiones. Verdugos indignos con piel de cordero a los que protegen las instancias palaciegas que habrían de aplicar más ejemplaridad, una brizna siquiera de moralidad y menos mamoneo. Un escándalo soterrado. Como Eric Cantona en su serie,  Recursos Inhumanos. He dicho.

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