Día Mundial de la Radio, la nostalgia imprescindible

12 de Febrero de 2025
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Javier García Antón
Javier García Antón

Me adelanto porque las buenas celebraciones tienen su prólogo y su epílogo, que no es sino el deseo de un renacer día a día. Quiero felicitar a los compañeros de la radio. A los de los programas nacionales, ayunos algunos de ellos de conocimiento de lo que se cuece en provincias, y sobre todo a los de los locales, golpeados en muchos casos en su dignidad laboral devaluados en la integridad de su oficio. Como la de prácticamente todos los medios. Opera, en estos tiempos oscuros de supervivientes darwinianos, la definición de Kapuscinski a la que la radio, estimo, ha tardado más en incorporarse: cuando la información comenzó a ser negocio, la verdad dejó de ser importante. Ya sobrevuelan los cuervos, los hombres de negro, sobre las buenas intenciones de los escasos hombres de radio vocacionales.

Me duele especialmente este estado de languidez que leo a Gorka Zumeta en su excelente columna "Cuando la radio tenía más músculo local". A ese tipo de radiodifusión asomé apenas en 1983, cuando fui requerido para unas prácticas en Radio Navarra-Antena 3 (me sigue dando rabia el infame antenicidio, una aniquilación de una cadena libre que hubiera merecido alguna responsabilidad). Combiné al finalizar la carrera con la docencia como adjunto del gran Ángel Faus. Se me cruzó Huesca y aquí, de la mano de mi amigo Nacho Gracia, director entonces de Antena 3 -aún no se había perpetrado el crimen periodístico-, luego de Cope, tiempos de botijos, de Gofi, Isabel Leguina y Javier Gironella. Luego, he sido feliz cada vez que he pisado Onda Cero o cualquiera que me haya invitado. Siempre estoy dispuesto a la llamada de las ondas. La radio tiene una mística, una lírica y un magnetismo que fascina.

Allá por 1984-85, disfruté de compañeros formidables, vocacionales y preparados. Javier Ferrer, Gonzalo, Silvia Echavarren -la mejor entre las mejores-,... Equipazo que trataba de igual a igual a los técnicos, a los Maqui y compañía, especie hoy prácticamente extinguida o en peligro de extinción en la radio local. En la ciclotímica Pamplona de los atentados y la dolce vita de los potes, sin solución de continuidad, cortábamos a tijera las cintas para montar las entrevistas y no existía el canutazo: si le digo a mi jefe que voy a ir a un acto importante y voy a pedir que me resuman en un minuto una conferencia de hora y media, me encuentro con la carta de despido. Aquella era otra raza.

La voluntad de servicio impregnaba el deseo de ser más rápidos y mejor que los demás, que los colegas de EAJ6 Radio Pamplona (antes Radio Requeté) como Chus Luengo, y teníamos en un pedestal a un mítico como don Goyo, el de "Pamplona, ciudad como ninguna, tres, dos una".

En Huesca, disfruté con grandes de este medio, como el inolvidable Luis Garcés o su sucesor, Félix Fernández Vizarra, y ese fichaje de lujo que era Pichichi, o la voz de Josefina Lanuza. Ya por entonces, de Barbastro eran personalidades los Cortijo o Martí, y ya asomaba Pepe Sánchez, Pepito. También en Huesca mi querido Fernando Herce, voz de terciopelo y cuestionador profundo. Y en Binéfar el entrañable José Luis Paricio. Autoridades auténticas en sus territorios.

La justicia poética demanda, para nuestra radio de siempre -aquella cuyo sonido era inconfundible, nada que ver con la monolítica tonalidad de los ordenadores- una nostalgia que no es opcional. A aquella radio con personalidad, con nombres y apellidos, señoras y señores respetados y saludados reverencialmente, a aquellas programaciones de varias horas para mi ciudad y mi pueblo, a aquellos profesionales que estaban allí donde se cocía todo, le han sucedido legiones de periodistas mal pagados mandados por directivos desproporcionadamente remunerados e insuficientemente entregados. Burgueses sin escrúpulos capaces de despedir a quien haga falta con tal de preservar sus privilegios de vino (mucho) y rosas (para disimular el hedor de sus decisiones).

Ahora, es un profesión que ha perdido el sentido del oficio, en la que los comerciales -en el legítimo derecho a ganarse las habichuelas, no es suya la responsabilidad de este cataclismo- se han enseñoreado incluso del espacio informativo, con lo que sale un auténtico churro. Invasión de la programación nacional y regional, debilitamiento de la local. Y, aun con todo, desvergüenza para "vender" a las instituciones -sostenes de todo- y a cuatro clientes incautos la nada, porque prácticamente nada hay que merezca la pena. 

Así las cosas, hoy la radio no sería de don Goyo, de Silvia o de Chus, no de los Cortijo o de Luis Garcés. Hoy es de Nierga, de Herrera, de Alsina o de Federico, y los locales no dejan de ser, por la nueva galaxia de la radio, figurantes sin más papel que el de cobrar a fin de mes un sueldo discretito. Da mucha pena porque en la dignidad del oficiante está la integridad del derecho del oyente. Después de que el video no consiguiera asesinar a la estrella de la radio, uno aún espera el milagro de una resurrección. Pero, desde luego, no será con la patulea de mediocres al mando lánguido de las operaciones.

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