En la procesión de mi pueblo se hablaba de espárragos

06 de Abril de 2023
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Quien haya leído o escuchado el pregón que pronuncié para dar pie a la Semana Santa de Huesca recordará que fundamenté la alocución en algunos argumentos y palabras: una, el lío, inspirado por el Papa Francisco; dos, el Espíritu Santo, que es quien recompone el lío; tres, la verdad, que ha de ser una confluencia entre las dos anteriores que no entiende de componendas y de conveniencias. Para ser coherente, no puedo callarme lo que sostengo a continuación, porque una de las luces que tenemos los cristianos y ha de tener cualquiera  ser humano es la dignidad. Y en la dignidad está la responsabilidad y la obligación de expresar cuanto sentimos y pensamos.

Al lío. En mi pueblo, que es villa (título nada desdeñable), las procesiones seran un ágora callejera en la que al padrenuestro y el gesto de persignarse le sucedía una conversación en torno a las bondades o penurias de la temporada de espárragos. Entonces, variedad española, llegaban antes los frutos y el Cristo podía esperar a la eternidad frente a estas menudencias terrenales (riquísimas). Atisbaba yo poco misticismo al paso de la Dolorosa, del Cristo Crucificado o del Sepulcro. Los pueblos ricos es lo que tienen, que están muy apegados a la tierra y miran al cielo sólo para que no les perjudiquen los cultivos. Por eso era tan difícil encontrar costaleros y era el último momento el que decidía.

En territorios menos agraciados por los bienes materiales, emerge más la espiritualidad. No es una verdad apodíctica, pero es mi percepción. No hay más que ver con qué intensidad y profundidad (oración y fe) viven las procesiones en los pueblos de la austera Castilla, de la Extremadura intensa y de la Andalucía resignada los cofrades, y el público convertido en feligresía entre cuyos suspiros se escucha el zumbido de una mosca.

Me admira la pulcritud de Barbastro, que por algo es Fiesta de Interés Turístico Nacional (por condición y por audacia, no nos engañemos), y me emociona la de Huesca, como me subyuga la idea de buscar la catalogación de la barbastrense. Cuanto más se extienda y se concentre la virtud, mejor. Pero los valores no se hallan en la meta, sino en el camino, y ahí es donde hay que incidir.

Bajo la túnica, el escapulario blanco (con la cruz de Santiago al pecho) y el capirote, pensé que, después de reflexionar y trabar ese diálogo íntimo con el Cristo enclavado, estaría bien que habláramos. Soy consciente de que la Archicofradía de la Vera Cruz analiza todos los detalles, pero no está mal que los cofrades, los feligreses y cualquier ciudadano observe las áreas de mejora imprescindibles para optimizar las expresiones de este maravilloso periodo religioso. Si me permiten un término ficticio pero arraigado entre quienes conocemos a la autora (Eva Naval, Carita Bonita), tenemos que "bonitizar" la Semana Santa oscense. Que sea nuestra niña bonita. No empece, al contrario, para mantener la esencia y la raíz íntima de este tiempo. Retornando al pregón, programarla y participar es un lío múltiple, pero ya el Espíritu Santo proveerá la armonía.

La displicencia en el ejercicio de una procesión, que es mucho más allá que llevar un paso de un punto a otro, la desidia en la corrección del atuendo, el abandono del entorno -esto va por la vía consistorial-, la falta de respeto van contra un doble objetivo. El espiritual, conseguir que el misticismo y la reflexión no se pierdan en detalles externos. El material, lograr que estas manifestaciones religiosas sean también siembra con abono turístico. Mientras fotógrafos de todas las razas y países hacían videos y fotografías del hercúleo paso de la Enclavación, los portadores nos las veíamos y deseábamos para sortear los coches aparcados en la avenida del Parque, los maceteros disuasorios de entrada en zona peatonal que no habían sido retirados ni un centímetro, las mesas de las terrazas de cafeterías o los camareros que cruzaban por medio de la procesión con su bandeja de cañitas y olivas. Quizás no lo crean, pero tal desorden, tal sensación de caos, va contra la ciudad, contra la hostelería y contra toda pretensión de alcanzar la meta de la consideración de Fiesta de Interés Turístico Nacional.

Es cierto que se colocaron pivotes y avisos para que se retiraran los vehículos, pero me pregunto qué hubiera sucedido si alguno de ellos no hubiera sido despejado en el Día de las Fuerzas Armadas, pongamos como ejemplo. La Semana Santa oscense ha ganado en disciplina (aún queda trecho, no nos engañemos, porque la condición humana nos lleva a descentrarnos y ponernos hablar entre los cofrades aunque no sea de espárragos), pero tiene mucho camino por delante en pulcritud. El Espíritu Santo y el sentido común inducen a pensar que cualquier vestigio de fealdad ensombrece la luz del conjunto. En el despliegue de la coherencia, basta con retroceder en el tiempo y entender, clarividentemente, que ese Señor que vino a este mundo enviado por su Padre al sufrimiento carnal, está siendo objeto de escarnio por sus verdugos que le humillan, le sujetan con clavos los pies a la cruz, le insultan, le coronan con espinas y le acaban dando muerte. Un poquito de respeto no es mortificación. Una leve autoexigencia es un esfuerzo mínimo. Por devoción, por creencia, por fe o quien lo quiera por conveniencia, un poquito de por favor. Seamos dignos de que la reputación nacional contemple nuestra indudable capacidad de labrar una Semana Santa con el manto de la autenticidad. En el detalle está el interés.

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