Encontrar el oremus

Si no incorporamos complejidad al pensamiento, nunca entenderemos el valor del oremus, la regla del Dios que escribe recto con renglones torcidos y diversos

10 de Enero de 2023
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El cura ordenaba oración y el discípulo se ponía a pensar en las musarañas. Tienen los sacerdotes una inspiración especial para detectar las fugas de atención y, en cualquier momento, el alumno podía recibir perfectamente una reprimenda. En algunos casos, dependiendo de la personalidad del instructor, un coscorrón. A mí don Ramón, que llevaba alzacuellos y era tan estricto en la exigencia de concentración como extraordinario en la enseñanza del lenguaje (aquella clase recordábamos años después que su dureza en la corrección de los exámenes y los dictados propició nuestra pulcritud irrenunciable en la gramática), me persiguió con una regla de madera a la par que demandaba que juntara los dedos. Me acerqué y, en un salto, me alejé antes de que impactara. Él era más sabio, yo más rápido (7º de EGB), así que en la lejanía me espetó aquello de "ya caerás, ya". No fue rencoroso. Jamás probaría la contundencia del objeto, y sin embargo aprendí de él que ni hay que perder el oremus, ni la concentración ni, sobre todo, la coherencia.

Con los años, eso sí, el oremus se aplica selectivamente. Me interesa escasamente la política de hoy -no defenderé que sea un ejemplo, no, creo que es bueno prestar atención a los asuntos públicos-, fundamentalmente porque su densidad es perfectamente dimensionable, tirando a la evanescencia. Yo diría que ahora me divierto por la previsibilidad de las reacciones y la desfachatez de los incongruentes. Si me detengo a pensar, me inquieta y mucho la irrelevancia intelectual de los Bolsonaro y Trump, pero también la de Maduro o Castro, la senectud expresada de Biden y las pulsiones estúpidas de tantos políticos que creen que la juventud es una virtud cuando no pasa de ser una condición tendente -en el mejor de los casos- a la desaparición, los excesos de unos ultras y los abusos de otros (en todas las posiciones, de izquierda y derecha, cuecen habas y en todas a galeradas), la hipocresía aberrante del perdón de los terroristas dependiendo de lo que nos convenga, la amnesia selectiva, las varas de medir que no entienden de rectitud porque, más que nunca, los pequeños dioses humanoides escriben torcido con renglones torcidos.

Cada día creo más en la individualidad. En el sentido de Charles Chaplin: yo soy lo que soy, un individuo único y diferente. Es fundamental para la comunidad. Viktor Frankl lo tenía claro: La vida exige a todo individuo una contribución y depende del individuo descubrir en qué consiste. Primero, introspección. Luego, cohesión. Con uno mismo, con los demás. Todas las etiquetas tienen sus bolsonaradas, sus trumpadas, sus ortegadas, sus putinadas, sus golpes de estado,... Pensar que todos los de un lado son iguales es tan simple y estúpido como pensar que todos los del mismo son idénticos. La historia desmitifica. Hasta el Conde de Romanones, el mismo que desarmó a un diputado opositor cuando le achacaba su desfase -atribuyéndole el uso de marianos- al espetarle "¡qué indiscreta es su señora!", supo distinguir entre enemigos (señalándose hacia atrás) y rivales (los de enfrente). Si no incorporamos complejidad al pensamiento, nunca entenderemos el valor del oremus, la regla del Dios que escribe recto con renglones torcidos y diversos.

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