Entre Felipe González, Alfonso Guerra y Santos Cerdán

22 de Septiembre de 2023
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Un discreto militante socialista, hace muchos años, en una fiesta organizada por el diario que entonces tenía bastantes posibles y notables beneficios, fue recorriendo el Salón Azul del Casino con un chiste que tuvo su repercusión. "¿Sabes por qué J. es senador? Porque la Constitución dice que todos los españoles, incluido J., pueden ser senador?" Un reciente expresidente de Gobierno aragonés, cuando aludía a un conmilitón que obedecía a la definición del Conde de Romanones o de Churchill ("Ustedes son rivales, los enemigos los tengo a mis espaldas"), trasladaba la misma idea cuando aseguraba que "F. es la demostración de que en España todo ciudadano, incluso F., puede ser licenciado".

Y, sin embargo, en esta "ancianofobia" o "gerontofobia" -ninguno de los dos términos está admitido por la RAE pero la costumbre hará que lo asuman- que padecemos, de efectos letales, dos autoridades que hicieron posible la transición, Felipe González y Alfonso Guerra, son ridiculizados y enviados a la leprosería social del partido por aquellos que durante décadas aplaudieron las invectivas rayanas en la misoginia del segundo y el talento del primero. Digo autoridades porque les inviste la "auctoritas" de lo que fueron e hicieron, y eso, salvo delito de lesa humanidad, adquiere carácter emérito y eterno.

Viene a resultar que, en la presentación de un libro, ambos han apelado a la honradez intelectual para sostener que la amnistía pretendida en el entorno de la investidura es tan deplorable como la deploraba el candidato hoy dispuesto al trágala y que los límites de la Constitución no pueden ser valorados por un simple -sí, simple- apego febril al poder. Quienes antaño reían las ocurrencias sobre el género femenino de Guerra (con ovaciones parlamentarias de gala) ahora descubren machismo -el mismo que negaban cuando el otro gran partido las denunciaba-, y quienes en tiempos aplaudían el ingenio de González hoy se lo niegan con alardes de "ancianofobia" lacerante.

Y todo esto, en boca de políticos tan ilustrados como ministras, ministros y ministres que apenas saben enlazar dos frases subordinadas o del número 3 del partido, como diría mi amigo Ramón (qepd) irreconocible dentro del PSOE en el área de la inteligencia, el tal Santos Cerdán. En los manuales sobre la Mediocracia de Alain Deneault, debiera encabezar una fotografía pública y como entradilla su frondoso currículo: FP de segundo grado -no me tachen ahora de elitista, por Dios, que he defendido esta formación por tierra, mar y aire-, trabajador de mantenimiento en una conservera de su pueblo (Milagro, Navarro) y ya... Directamente al aparato. Digno de aquel dirigente aragonés que inició su militancia cuando, limpiando máquinas Olivetti, vio en la sede de San Braulio que allí había "beneficio".

Hoy, Santos Cerdán es Secretario de Organización del PSOE y presidente de la Fundación Pablo Iglesias (¡madre mía, qué nivel, Maribel!), constatación de que, efectivamente, la mediocracia es una mancha de aceite que favorece el "éxito" individual en los ámbitos político, académico, jurídico, cultural o mediático. "Se mire por donde se mire, se constata el triunfo de lo mediocre"... y la derrota de la coherencia y del criterio.

Aunque, a fuerza de ser congruente, he de añadir que esta plaga bíblica no afecta solo a los socialistas. La mediocracia es transversal al arco parlamentario y no se salva nadie. Lo que sucede es que no afecta a algo tan esencial para este país como lo que nos estamos jugando quienes tenemos memoria y aspiramos al intelecto.

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