Esos estúpidos homínidos profanadores

26 de Diciembre de 2022
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Es extraña la ligereza con la que el malvado cree que le saldrá todo bien. Víctor Hugo sostuvo siempre valores rotundos. Contundentes. Sin embargo, nos movemos en unos tiempos en los que las carencias de determinados códigos inducen a confundir las líneas entre las que hemos de movernos y aquellas que, de ser traspasadas, deben ir acompañadas de la pertinente corrección. Baudelaire acertaba al asegurar que jamás es excusable ser malvado, pero hay cierto mérito en saber que uno lo es.

En realidad, el poeta francés, a su vez crítico de una sociedad que le parecía insufrible por momentos, se adelantaba con esa aseveración a una de las teorías más certeras que se han escuchado en las últimas décadas: la de la estupidez que desglosa el ensayo "Allegro ma non troppo" ("Alegre pero no demasiado") de Mario Cipolla. Incluso el epígrafe cuadra con la noticia de la profanación de la sacristía de la capilla del Hospital de Barbastro, que uno o varios necios, necias o necies, o incluso en mixto (mixta, mixte) han convertido en espejo de su imbecilidad y, a la par, de su malignidad. En tales conceptos, la radicalidad, que no extremismo, es la dimensión de lo exacto.

En el manual de Cipolla, que se divide en dos libros, el segundo identifica "Las leyes fundamentales de la estupidez humana" con el comportamiento, abundancia y peligro que representan los mentecatos. Esa porción de seres de apariencia homínida que, con la tendencia de identificarse y agruparse entre ellos, es más peligrosa que nadie hasta tal punto de que causa abundantes desdichas, en ocasiones sin control. Como los malos futbolistas, nunca sabes cuál va a ser la dirección de la pelota, y lo más inquietante es que, como sostenía Aristófanes, la idiotez dura para siempre al contrario que la juventud, la inmadurez, la ignorancia e incluso la embriaguez. El memo no obtiene rédito económico alguno y, consecuentemente, no hay transmisión de bienes aunque sea por la vía ilegal e ilegítima.

Bien es cierto que antes que Cipolla fue un mártir, el cristiano ahorcado por los nazis alemanes Dietrich Bonhoeffer, quien expuso una teoría muy confluyente con el italiano. "La persona estúpida, en contraste con la maliciosa, está completamente satisfecha de sí misma y, al irritarse fácilmente, se vuelve peligrosa al lanzarse al ataque. Por esta razón, se requiere mayor cautela que con uno malicioso. Nunca más intentaremos persuadir al estúpido con razones, porque es un sinsentido y peligroso".

Pienso en esos majaderos que el sábado profanaron ese lugar de intimidad y diálogo con Dios y con uno mismo en el Hospital de Barbastro, que han causado consternación en el obispo Ángel (para mí ya es un mal inaceptable) y en toda la diócesis, que han provocado un quebranto para quienes quisieran encontrar paz en medio de la zozobra por la enfermedad propia o de alguno de los suyos, que han privado de alimento espiritual con la sustracción de las Sagradas Formas y que, seguramente, en estos momentos se ufanan de la gesta de los tontos. No, nadie piense nada extraño ni hostil, siguiendo la teoría de la estupidez no pueden obtener rendimientos, así que no es nadie al que le hayan prometido una legión de huríes por su cruzada confesional. Es, simplemente, alguien que nos ha puesto a todos de muy mala hostia llevándose las hostias sin finalidad alguna y que se merece una mano de hostias, con perdón de la grosería, don Ángel.

Cabe presumir que nadie atisbó la felonía y, por tanto, habrá que dejar a los indagadores de la Guardia Civil que lancen las redes de su excelencia porque, como mantenía Leonardo Da Vinci, quien no castiga el mal ordena que se haga. Todos tenemos nuestra alícuota parte de responsabilidad para atajar esos actos vandálicos de ser testigos, tanto como la de ser cuidadosos con el orden en el que bailamos nuestra danza de la armonía. Fíjense en las palabras del teniente general Gan Pampols en Huesca y actúen en consecuencia: "Ustedes viven en una baldosa, así que manténganla limpia y aseada, y así es posible que seamos capaces de vivir en un mundo mejor".

Y, cuando el imbécil o los imbéciles sean puestos a recaudo de la Justicia, no olvide su señoría la condición que no es atenuante sino agravante, porque sólo ha habido una persona en la historia que optimiza su papel de maligna, la gran Mae West: "Cuando soy buena, soy buena; pero cuando soy mala, soy mucho mejor". Tranquilo, don Ángel, que los estúpidos al final caen, porque en la torpeza está la raíz de su esencia. Ahora, a rezar un Padrenuestro y dos Avemarías para ir todos en paz. O un rosario entero a ver si les despegamos la estulticia a golpe de oraciones.

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