"España merece un gobierno que no le mienta"

Retumba la frase pronunciada por Pérez Rubalcaba tras los atentados del 11M y en víspera electoral

13 de Octubre de 2024
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Quizás ahora como nunca hasta ahora hayan retumbado aquellas palabras de Alfredo Pérez Rubalcaba en su comparecencia pública en plena jornada de reflexión previa a las elecciones de 14 de marzo de 2004, dos días después del traumático 11M. Leía horas antes de abrir las urnas un comunicado del candidato a la presidencia del Gobierno, que finalmente alcanzó, José Luis Rodríguez Zapatero: "España se merece un gobierno que no nos mienta".

Efectivamente, Zapatero gobernó, tuvo algunos aciertos, muchas excentricidades, decretó a golpe de extravagancias y cayó cuando Europa le dijo que todas sus promesas de felicidad a golpe de talonario eran baldías. Ni el boli escribía, ni el talonario tenía talones ni el cheque-bebé vio la luz, porque todo había desaparecido con la política cuyo concepto estrenó, la de las ocurrencias. Se dijo que nunca volvería a haber un presidente gubernamental tan frívolo. Murphy se empeñó en que no. ZP, el de la ceja, el de la mercadotecnia política, se fue a cobrar sus conferencias y a blanquear la dictadura chavista, con muchas mentiras y nula calidad democrática. En esas sigue, de embajador por el mundo del Maduro de los pucherazos, mientras nueve millones de venezolanos han protagonizado un exilio como se han conocido pocos.

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Las dos legislaturas de Rajoy, abortada la segunda abruptamente por la moción de censura sostenida por la misma composición Frankestein que la que hoy soporta al gobierno, resultaron convulsas. La primera, por unos recortes tan demoledores como los que más pronto que tarde volverán a nuestro país. Estirar más la manga que el hombro es lo que tiene. Faltar al respeto al dinero de los ciudadanos provoca una analogía con aquella sentencia de mi padre contra los excesos: el que de joven come sardinas, de viejo caga la espina. Concluyó en su segundo mandato cuando su sucesor sentenció que el procesamiento por la Gürtel inhabilitaba al gallego para seguir un minuto más.

Desde entonces, una buena parte de los discursos del presidente Sánchez han demostrado que en el maquiavélico -en el peor de los sentidos- manejo gubernamental sirven todas las mentiras que hasta rebosan el criterio de la opinión pública, abrumada por la publicada pro-Sánchez y por la desmemoria tan infeliz de estos tiempos googlelianos. Hubo de repetir comicios porque le quitaba el sueño gobernar con Pablo Iglesias, a lo que el maniobrero podemita replicó dándole martillazos en la cabeza para que, ahora sí, pudiera conciliar el descanso.

Un tipo listo (yo diferencio entre esta virtud y la inteligencia, que requiere un basamento más sólido que la mera aproximación a la picaresca) que en su página 241 del Manual de Resistencia elogia a los digitales a los que ahora rebautiza como tabloides (en franco sectarismo porque de aquí separa los que le son propicios). Que proclama que Puigdemont sólo regresará a España para ingresar en la cárcel. Que niega la amnistía por tierra, mar y aire. Que sostuvo que no habría medidas penitenciarias de gracia ni para los golpistas catalanes ni los presos etarras. Todo esto ha quedado tan obsoleto en pocos meses que muchos españoles se limitan a encoger los hombros. No tiene nuestro país la conciencia anglosajona que condena la mentira con el lanzamiento del falaz a los infiernos en que desaparecen de la faz pública.

Tiene tal seducción Sánchez sobre los suyos que incluso la ministra Alegría se atreve a comparar lo del cupo catalán, que es pero no es según la Chiqui Montero, con el Fite de Teruel, que por cierto luego eleva. Como decían de un buen amigo concejal de las primeras legislaturas democráticas en Huesca, aquí no hay puta pobre. O el ministro Puente, que combina a partes iguales su ferocidad tuitera con su carencia de soluciones al descalabro ferroviario del que tanto sabemos en Huesca.

Parafraseando al lenguaraz vallisoletano, tiene razón: Sánchez ya no es el presidente del Gobierno. En realidad, es el Puto Amo, con querencias de devaluación de la calidad democrática de un país a golpe de arruinarla. Sólo el Puto Amo puede decir que repetirá 5 o 20 veces que no pactará con Bildu y luego le entregará las llaves legislativas para que suelten a sus etarras y les quiten las bolas de goma a la Policía. Sólo el Puto Amo es capaz de negar cinco, veinte o cincuenta veces que Delcy estuvo en Barajas y ahora decir que pensaba que era una visita privada (esto es, lo sabía) y que no tenía conocimientos de las sanciones a Venezuela, él que es el rey sol de la escena mundial. Sólo el Punto Amo puede inventarse una realidad paralela de los autos judiciales en el caso Begoña. Sólo el Puto Amo puede recibir a empresarios invitados por la Puta Ama con fines lucrativos (entiéndase que presuntamente), porque la Moncloa es su Puta Casa. Sólo el Puto Amo puede hacer oídos sordos de los digitales que le están reventando las mentiras a golpe de pruebas y de informes de la UCO, y puede intentar aplicarles una posmoderna ley mordaza. Sólo el Puto Amo puede fingir que nada sabía del puterío de Ábalos y de Koldos, en las casas de lenocinio y en la compra de mascarillas cuando todos estábamos acoquinados.

Desde donde esté, Alfredo Pérez Rubalcaba, que no era de esta tropa sanchista, probablemente esté proclamando a los cuatro vientos para que la esparzan aquella frase tan lapidaria que lapidó a Rajoy: "España se merece un gobierno que no le mienta". Veinte años ha. Aunque, visto lo visto, el Puto Amo se agarrará al sillón monclovita con uñas, dientes y todas las herramientas del Estado concebido en su menos democrática expresión. El nuevo despotismo ilustrado: todo para el pueblo (suyo) pero sin el pueblo. El Puto Amo.

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