No hace demasiado tiempo, refería mi asombro por el callejero de Santander, que constata distinción y cultura por la preeminencia de grandes nombres de la Ilustración y del parlamentarismo español. Obedece, sin duda, a una arraigada consciencia de los valores y de la historia de la vieja ciudad.
Siento que, entre las maravillosas virtudes de una ciudad tan magnífica como es Huesca, no se encuentra la de la defensa sin complejos ni comodidades de nuestras tradiciones. El camino hacia la autenticidad no conoce de atajos ni desidias. Cuando abracé la vida en esta capital, hará ya cuarenta años en diciembre, admiré lo genuino de sus tradiciones y de sus convicciones. En 1986, mi primer San Lorenzo, el blanco y verde inmaculado permitía la seducción del aroma de albahaca, hoy torpemente neutralizado por los olores ofensivos de vinazo de garrafa y por el cromatismo morado de la mañana del 9. Y, sin embargo, la fiesta, con este pequeño -o grande, a elección en la percepción- defecto, sigue siendo esplendorosa.
Tardarían muy pocos años los jóvenes en desprenderse de la identidad y adquirir vicios sanfermineros, que los hay y muchos y cuyo magnetismo contagia prácticas muy poco edificantes, como la guarrería aludida de las camisetas. No es preciso, ni recomendable, que las generaciones más pujantes de vitalidad pierdan su intensidad en la celebración, pero sí que no se deshagan de la compostura y hasta el sentido.
Ya por aquel umbral entre los ochenta y los noventa, recuerdo a mi gran amigo Gofi enojarse por los modernismos acríticos que empezaron a suplantar el término cohete y el nombre de San Lorenzo por chupinazo y Sanlorenzos (otra vez la influencia irreflexiva, la mímesis innecesaria). Viene a implicar esta negligencia cada vez más generalizada un desdén por lo propio, por las raíces, por lo oscense. Medios de comunicación han publicado en grandes titulares este 2025 que Andrés Campo va a lanzar el chupinazo, cuestión que podríamos atribuir a la evidente veleidad de su condición zaragozana si no fuera porque el relato del término se extiende como una plaga entre capas no minoritarias de la sociedad. Bien es cierto que nos quedan los pueblos para preservar lo genuino con sus cohetes anunciadores, codetazos o cohetasos, entre otras terminologías.
No sirve el pretexto de la evolución de la lengua, que los académicos han ido plasmando en incorporaciones al diccionario en ocasiones afortunadas, en otras verdaderas armas de destrucción masiva ante las que el genio desabrido de tantos literatos clásicos hubieran respondido con duelos a muerte en la noche y en rincones alejados de la visión general. Los neologismos obedecían antaño a la necesidad de dar nombre a nuevas realidades, porque si anglicismos o galicismos tenían traslación al español se consideraban prescindibles. No es el caso, podemos incluso admitir en el caso del chupinazo que en un párrafo se utilice, en minúscula inicial, para no colisionar en repeticiones con el cohete anunciador, pero sin pretensión de legitimidad lingüística y mucho menos de autoridad. Lo de los Sanlorenzos ya no tiene nombre, es pecado de leso derecho natural fato. Un emputecimiento sin redención salvo el abandono de la maldita inconsciencia.
Me consta la dificultad de revertir estos insensatos usos. Pese a los intentos sucesivos de campañas como la emprendida con tesón y con mínimos resultados por la alcaldesa Alós, lo de rescatar el blanco y verde del día 9 es, a fecha de 1800 aniversario del nacimiento del que sería diácono y martir además de patrón de Huesca, una quimera. Habrá de ser una evolución o una revolución social la que propicie el renacimiento de aquella belleza concebida por Emilio Miravé y las peñas Centenario, San Jorge y Los 30 en 1956, que propiciaba la admiración por su pulcritud.
El desaliño imperante en este 2025 se traslada también al lenguaje. Respondía Melinda Gates, ahora ya exesposa de Bill Gates, en el recomendable documental Inside Bill's Brain, que la clave del éxito del gurú tecnológico residía en que no concebía que un problema complejo fuera resuelto con soluciones sencillas. Ningún mérito tiene aprovechar lo que viene ya dado. Pero sí revertir las situaciones de pobreza conceptual que, en una herramienta humana tan imprescindible como es el lenguaje, devalúa a la sociedad que se entrega sin reflexión a un atentado contra su intrínseca esencia. Señoras, señores, jóvenes, niñas y niños de Huesca, si quieren hacer un bien a su ciudad no se dejen seducir por influencias facilonas que contravienen sus raíces, y disfruten del cohete anunciador de las fiestas de San Lorenzo. Que, así escrito, así pronunciado, suena precioso y auténtico. Como si fuéramos, de verdad, dueños de nuestro destino a través del respeto a nuestros ancestros. Digo.