Esperanzas para el periodismo... y para la libertad

Vivimos una vuelta a lo más hermoso de un ejercicio que a los veteranos nos gusta llamar oficio

06 de Julio de 2025
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Aquellos días Antonio andaba inquieto. Un empresario del sector iba profiriendo amenazas ante terceros, consecuencia de una información que, según él, había resultado adversa a sus intereses. Hace cerca de cuarenta años. A nadie le gusta esa situación, pero constata aquella máxima de Gilbert Keith Chesterton de que el peor pecado hacia nuestros semejantes no es odiarlos, sino tratarlos con indiferencia: esa es la esencia de la inhumanidad. El escritor británico asociaba la indiferencia a la ignorancia.

Unas decenas de horas atrás, he vivido idéntica situación pero en persona, con violencia verbal en tono elevado. Es el impuesto que los periodistas pagamos cuando publicamos verdades incómodas e incluso comprometedoras para quienes presuntamente cometen irregularidades o ilegalidades. No son los tales seres, capaces de asomarse al tejado de las ilicitudes, habitualmente calmados salvo en la comisión de los actos que terminan en tribunales. Ante el conocimiento de estas circunstancias, uno puede escoger mirar hacia otro lado, pero, como sostenía Hessel, la peor de las actitudes es la indiferencia, decir 'no puedo hacer nada, ya me las arreglaré'... o ya se las arreglarán. Y así campan las injusticias.

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A quien me quiere escuchar, le digo que en el periodismo hay esperanza. No para la pomposamente llamada por los editores industria de la comunicación, dependiente exclusivamente de arcas institucionales en la imposibilidad de sostener estructuras obviamente desfasadas. Pero sí en el oficio que, en cierta medida, está retornando al espíritu de antaño. Aquel que elevaba nuestras emociones cuando creíamos haber encontrado un filón comprometedor. Sí, es evidente que siguen existiendo generaciones de escribientes cuya expresión predilecta es "a mí no me pagan por pensar". Créanme que conozco a unos y unas cuantas, y hoy dispongo la fortuna de que tan paralizante mentalidad no está cerca de mí.

Desde los que el presidente del Gobierno denomina tabloides digitales, con firmas de muchos periodistas que fueron analógicos, ha surgido la mejor esencia de la investigación y de la interpretación de papeles policiales y judiciales. Aunque parezca difícil de creer, a la perspicacia hay que sumar una laboriosidad infinita. No están acostumbrados aquellos pasivos a los que aludía a leer largas sentencias, autos, diligencias o informes. Aún recuerdo el "caso Osasuna" y su afección a la Oikos. Todavía recuerdo a mi fuente decirme: "Con que leas de la página 169 a 187, ya te vale". Agradeciendo el consejo que conocía mi afán por la velocidad para informar, desistí. Leí desde el folio 1 para contextualizar. Mi única certeza de aquello es que nadie lo hizo... Y que los más esperaron a la información para hacer un copia-pega (más).

Si al Fiscal General del Estado había que pedirle perdón por no se sabe qué (más allá de bombardear presuntamente las pruebas con la eliminación de las tripas de su teléfono en las fechas de autos), a los periodistas vituperados de manera indigna hasta el punto de pretender convertir a toda la profesión en sujeto de una causa general habría que organizarles una procesión bajo palio. Evidentemente, a aquellos que se comportan con una deontología correcta, que al final son los que están sacando a los contenedores toda la basura adecuadamente seleccionada.

Hasta tal punto ha sido su desempeño, destreza y compromiso con el periodismo, que han sacado de las entrañas de otros medios acomodados el instinto de indagación y, de este modo, digitales, periódicos y radios supuestamente adictos a las esferas gubernamentales han realizado aportaciones interesantes como la última, en pleno Comité Federal. Lo harán, porque está en su raíz periodística, ante cualquiera, marque las siglas que marque. Y esa es una vuelta a lo más hermoso de un ejercicio que a los veteranos nos gusta llamar oficio. El que, con la artesanía orfebre se aplica a desenmarañar los embrollos hasta convertirlos en verdad. 

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