Lo eterno y lo efímero

06 de Enero de 2023
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Fin a la Navidad. Si nos detenemos a contextualizar, cada uno cumplimos un número. Ha sido mi Navidad número 61. La cifra ya es respetable. Exigente de reflexión. El espíritu navideño es tan íntimo como compartido, una dualidad metafísicamente compleja, pero real. A través de las manifestaciones externas, de esas cabalgatas, de esos villancicos, de esos desfiles callejeros entre conciudadanos, de esos capazos, de los abrazos y los besos, entendemos como en ninguna época del año que uno a uno somos mortales, pero juntos eternos, como hace dos mil años pontificó Lucio Apuleyo. Miramos a la vez a nuestros mayores, y comprendemos que no sólo merecen respeto, sino además cariño. Y estar con ellos. No sirve la distancia, hemos de penetrar en su piel, porque les damos calor y absorbemos su sabiduría. Disfrutamos con los pequeños, que gritan Melchor, Gaspar y Baltasar igual que nosotros hace más de medio siglo. Quizás rejuvenezcamos si recuperamos la capacidad de aclamar a los Reyes Magos. También en ellos nos perpetuamos. También con ellos entendemos lo atemporal. En la cabeza de la cabalgata, en medio de pajes y de reyes, de seres aparentemente fantasiosos, por instantes era como si el tiempo se hubiera detenido. Un efecto cinematográfico en el que, uno a uno, miles de personas se congregaban en grupúsculos. Fotografías de familia: el abuelo, los padres, los pequeños. Una trinidad generacional unida por una sonrisa, la de los yayos en un cóctel de satisfacción y de nostalgia, la de los papás que delegan en sus hijos esas pequeñas alegrías, la de los niños mirando hacia el mañana, que acaba temprano, cuando se levantan expectantes para ver lo que les ha deparado la madrugada de la comitiva real de casa en casa.

6 de enero de una tarde neblinosa. Lo eterno va dejando paso a lo efímero. Este Coso Alto, bullicioso en una Navidad fabulosa para las ciudades por la generosidad meteorológica desde el punto de vista urbanita, nefasta para las estaciones de esquí por la carestía de la materia prima (quién sabe si alguna volverá a aclamar a gritos a las instituciones como los niños a los Reyes Magos, aunque por su gestión merezcan más carbón que paquetes obsequiosos), ahora mismo, a punto de superar las ocho de la tarde, ha recuperado el aspecto propio de un día de primer mes del año con climatología gélida. En estas circunstancias, lo efímero pega un culetazo a lo perenne y nos recuerda nuestra condición, que sustituye en un día lo del anterior sin dejarle más de 24 horas de perpetuación. Siempre, inmisericordemente, día a día como sentencia John Rambo al final de la película ante la pregunta del coronel Trautman. Y transitamos por este valle de lágrimas, entre zozobras y alguna satisfacción salpicada, buscando alcanzar ese nuevo hito, "from here to eternity" que cantara Frank Sinatra, en el mejor de los casos recordando esas pequeñas enseñanzas que nos explica la fraternidad navideña y que no conviene perder de vista. Porque, en la medida en la que sepamos incorporar a nuestras miradas las escenas de la Navidad, podremos trascendernos y trascender, transformarnos y transformar. Incluso bajo la prieta niebla.

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