Filibusterismo de toga

20 de Julio de 2023
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Yo deseaba que este 20 de julio fuera un día jubiloso por el aniversario de EL DIARIO DE HUESCA. Y que fuera la víspera del cierre de la instrucción del caso Oikos. Para ser exactos, no llega a entenderse en el sentido común de los mortales -sé diferenciar perfectamente la verdad judicial de la real- que resulte imprescindible esperar hasta el último minuto de un procedimiento judicial para tomar una decisión. Sí, ya entiendo que determinados juzgados van sobrecargados de trabajo. Pero esta causa me ha permitido bucear en sentencias, en jurisprudencias y en doctrinas, y una de las conclusiones más fehacientes de mis largas conversaciones con los abogados de las Defensas y de los miles de folios que he leído incide en que es absolutamente prescindible, ley en mano, una tortura de 50 meses (quedan sólo ocho días) para Agustín Lasaosa, para la Sociedad Deportiva Huesca, para Carlos Laguna, para Jesús Sanagustín, para Íñigo López o para cualquiera de los que han transitado por este suplicio.

No, no empece esta consideración para que tenga un absoluto respeto por lo que determinen las instancias judiciales. Pero todos, absolutamente todos los ciudadanos hemos de ser conscientes de que somos susceptibles de ser criticados. Cualesquiera de los que nos movemos por los predios públicos. El que entienda cualquier tipo de inmunidad es un insensato, un prepotente o un ignorante.

Pero que un asunto judicial transite 50 meses, 50 meses, repito, por un mar de inexactitudes, de presunciones, de deducciones, de fantasías, de negligencias, de elucubraciones, mientras a la hora de la verdad no hay agua en el que zambullir prueba alguna, no es de recibo. Ni que se espere por parte de los magistrados hasta el último momento, fiel reflejo del carácter español de dejar todo lo que se pueda hacer hoy para mañana, hasta el último instante. Insensibles absolutamente al sufrimiento de quienes ya han padecido penas y hasta enfermedades por una dilación inaceptable, incluso inhumana.

El filibusterismo, en el mundo oratorio, constituye un fenómeno tan viejo que el propio Catón el Joven charló sin descanso durante un día para que Julio César no pudiera aprobar leyes. Los anales nos descubren parlamentarios que han ocupado estrados durante horas desvelando sus recetas de cocina preferidas, e incluso un inagotable diputado comunista de la República que recitaba pasajes de El Capital para aburrir a sus rivales (lo lograba, dicen). Y personajes cinematográficos como el James Stewart del Caballero sin espada  y sus 23 horas de denuncia de la corrupción. En Estados Unidos, este obstruccionismo está permitido porque los senadores no tienen límites de tiempo. En España, el filibusterismo es judicial. Meses, meses y meses sin atención a las reclamaciones de la letra de la ley de no dilatar ni divagar excesivamente. Aunque sea por humanidad. Aunque sea por caridad. Aunque sea por conmiseración hacia quienes tenemos la deformación profesional de leernos los prolijos legajos donde la investigación policial, en verdad, debiera hacernos reír por su originalidad-extravancia. De no ser porque gente a la que tenemos aprecio lleva 50 mesazos de sufrimiento del filibusterismo de toga.

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