La furia sindical se extingue

16 de Enero de 2023
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La tradicional furia sindical se extingue paulatinamente. El movimiento se ha acomodado y difícilmente volverá a épocas pretéritas. No ya a las Trade Unions británicas, el país del origen del sindicalismo que Margaret Thatcher acabó doblegando en un pulso que ganó -casi siempre lo hacía- la Dama de Hierro. Ni los conglomerados estadounidenses en torno al transporte que unían acción representativa de los trabajadores con prácticas mafiosas (véase El Irlandés y de paso admiren la interpretación de Robert de Niro). Muy atrás quedan aquellos altercados del primer sindicalismo horizontal en España fruto de la Ley de Libertad Sindical de abril de 1977 que enterró el vertical de los tiempos de la oprobiosa. Las huelgas no sólo eran tensas, sino violentas. Sí, violentas. Era la purga que había que pagar en una transición en la que los huelguistas quemaban periódicos, se encerraban en iglesias y acorralaban a los interlocutores de la patronal, como sucedió en el furibundo conflicto del Metal de inicios de los 80 en Huesca... cuando de verdad había sector del Metal en Huesca.

El conocimiento mutuo, con la mirada conciliadora de las administraciones que eluden el conflicto, fue limando las asperezas y las aristas. Hoy el sindicalismo, demasiado débil en cuanto a representatividad, en ocasiones excesivamente condescendiente, se ha acostumbrado a sentarse en las cómodas butacas de las mesas de negociación, a darse la mano con los empresarios y la cúpula institucional, y a llegar a acuerdos, lo cual es intrínsecamente bueno. En el fondo, los unos y los otros suscriben el pacto que les reporta pingües cantidades dinerarias del Estado con las que contrarrestar una real desmovilización de quienes la Constitución identifica como sus representados. No hay más que ver la exánime afluencia a las votaciones para las elecciones internas. La última huelga general fue del 29 de marzo de 2012, y fue contra la reforma laboral del gobierno de Mariano Rajoy, que espetó aquello de que, "si en los seis primeros meses no me montan tres huelgas generales, no lo estaré haciendo bien". Hágase, y se hizo. Casi once años sin convocatoria de tal calado. Los piquetes informativos -el último vestigio del pasado, absolutamente anacrónico- con querencia coactiva han perdido fuerza, quizás porque no hay razón de ser para emplearse con semejante grado de virulencia como sucedió en aquella con la que se empleaban en los tiempos de Felipe González (quizás la del 14 de diciembre de 1988 se ha quedado en el imaginario de todos porque fue la primera contra un ejecutivo socialista en la recién estrenada democracia). No en los tiempos de la sociedad de la información.

Esta madrugada, unos vándalos han inhabilitado 22 ambulancias para "dar la bienvenida" inaceptablemente a la huelga del transporte sanitario. Y reconforta que los cinco sindicatos convocantes hayan rechazado enérgicamente, sin paliativos, la acción bárbara. Que las centrales condenen esta animalada es una manera idónea de aislar a los salvajes que, además, no han calculado que con si estupidez han puesto en riesgo vidas humanas, que han sembrado de zozobra un espacio tan inquietante e inestable como es el de la enfermedad, hora la que requiere una atención programada, ora urgente. No todo sirve para reivindicar. CSIF, SCS, UGT, CGT y CCOO están sobradamente cargados de razones como para desarrollar un paro propio del siglo XXI, pacífico, argumentado. Por supuesto que están en su legitimidad de criticar el contrato presentado como el más voluminoso de la historia de Aragón (porque es así), tanto por la reducción de servicios como por la evidente ineficiencia de dedicar 126,5 millones de dinero público en manos del adjudicatario frente a los 77 del periodo anterior sin que quede un sólo resquicio a la reducción de los horarios y del personal (noches y médicos, para que nos entendamos). Y que, además, pueden exponer esos ejemplos de las emergencias que pillan a una distancia sideral de las ambulancias. Los violentos han atacado a todos y la reacción ha sido ejemplar. El viejo sindicalismo de confrontación se extingue...

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