La Iglesia tiene su propio plan de comunicación, pero a pesar de contabilizar su feligresía mundial en cerca de tres mil millones de personas, no le resulta sencillo alcanzar con sus verdades ni siquiera en los países donde el cristianismo es mayoritario. Esas naciones, esos estados, en los que los modismos y las irreflexividades condenan el reconocimiento de la condición católica a una cierta impopularidad, en el mejor de los casos a una mirada conmiserativa como si, más allá de una libre elección entre la fe y la racionalidad edificada por cada uno, obedeciera tal autorreivindicación a un modo de discapacidad. En términos evangélicos, se trasladaría en un "no saben lo que se dicen".
En otros, directamente se induce a la generalización como si esta institución universalizara en absolutamente todos sus miembros los pecados o incluso los delitos de una parte mínima de las personas que la integran. Casos como los de pederastia, que por cierto no son exclusivos de miembros de la Iglesia sino que tales fechorías son una abyección de un gran volumen de ciudadanos de toda clase, condición y religión, son condenados por la Iglesia de manera taxativa, aunque el resarcimiento más allá de las leyes civiles pueda ser discutible en su profundidad. De hecho, hasta se debate en la gobernanza interna.
Que la Iglesia precisa de un plan de comunicación es una realidad que se muestra gráficamente en la Lista Mundial de Persecución que anualmente distintas instituciones como Ayuda a la Iglesia Necesitada o Puertas Abiertas, que elabora la Lista Mundial de Persecución que revela que más de 380 millones de cristianos sufren altos niveles de represión hasta las últimas consecuencias en demasiados casos por su fe. Lo que viene a significar un genocidio por razón de su seguimiento incondicional a Cristo.
La libertad religiosa de los cristianos se viola en 61 países, la tercera parte del planeta, por persecución o discriminación, estados que acumulan el 62,5 % de la población mundial. En 40 ha habido personas asesinadas o secuestradas por su fe, en 36 de ellos los autores nunca son procesados y en 34 se han atacado lugares de culto. La situación ha empeorado en 47 de esas naciones y sólo ha mejorado en nueve.
Ambas reflejan en su seguimiento masacres en iglesias en El Congo, terrorismo contra los cristianos en Benué, secuestro de pastores cristianos en Eritrea, ataques contra templos en Mozambique, asesinatos en Sierra Leona y masivamente en Nigeria, desaparición de las parroquias en Ucrania y violencias en algunos puntos de Sudamérica además de la persecución en Corea del Norte. Es una mínima nómina de la barbarie contra la cristiandad.
Las estadísticas son demoledoras. 4.476 cristianos asesinados en 2024, doce cada día, 7679 iglesias agredidas violentamente. Significa que uno de cada siete cristianos es perseguido en el mundo, 1 de cada 5 en África, 2 de cada 5 en Asia y 1 de cada 16 en América Latina.
El mapa de la persecución sitúa a Corea del Norte como el líder en destrucción de los cristianos, y le siguen Somalia, Yemen, Libia, Sudán, Eritrea, Nigeria, Pakistán, Irán, Afganistán, India, Arabia Saudí, Myanmar, Mali, China, Maldivas, Irak, Siria, Argelia y Burkina Faso.
De estos veinte (el informe analiza cincuenta), en quince la terrible represión obedece a la opresión islámica, y secundariamente están la comunista (Corea del Norte o China), el nacionalismo religioso de India y Myanmar, y la "paranoia dictatorial" de Eritrea. Países que, como sucede en Gaza o en Ucrania, los curas o las monjas no abandonan por el sentido de su entrega a Dios y al prójimo hasta, si fuere necesario, el martirio.
Porque conviene contextualizar cuando se habla de genocidios, y teniendo en cuenta que éste es estructural, hay que recordar todas estas estadísticas que son centenares de miles de situaciones de sufrimiento y de persecución de los servidores y de los seguidores de la Iglesia, que no enarbola banderas ni convoca manifestaciones. Por el contrario, las oraciones papales y de los feligreses se dirigen más al exterior que al interior... incluso entre la incomprensión de no pocos católicos, y es que uno de los pocos derechos que nos permitimos muchos es el de la resiliencia: flaquear en la fe para volver más fuertes y convencidos. Ahí radica, con certeza, el lema franciscano (del pontífice Francisco) del Jubileo: Peregrinos de Esperanza.