Barbastro en la diana

10 de Septiembre de 2023
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"Al principio, miraban sin ver y escuchaban sin oír, y semejantes a las formas de los sueños, en su larga vida todo lo mezclaban al azar... Todo lo hacían sin razón, hasta que yo les enseñé los ortos y los ocasos de astros, difíciles de conocer" (Esquilo en Prometeo Encadenado).

Las imágenes son fuertes. Sí, producían incluso angustia. Hubo una concatenación de errores que el ganadero y/o el empresario taurino debieran haber previsto, y que evidenció un toro estresado tras un largo viaje, bien pertrechado de bravura y "abusón" de tres pequeños cabestros, excesivamente jóvenes. El desencajonamiento es un espectáculo que he visto desde muy pequeño. En otros lugares de España, con tradición de festejos populares, llena incluso gradas. En otros, se ha escogido ya la intimidad por motivos varios, incluido evitar al máximo la tensión a los astados. Y en algunos, como sucede en Huesca, además de ser guiados a corrales sin público, antes de llegar a los mansos, en caso de que salgan briosos, está preparada una manguera de presión que rebaja el ímpetu de una forma más o menos natural.

A mí no me gustaron las imágenes, pero las reacciones desde la extrema izquierda política y mediática me han recordado a Esquilo. Miraban sin ver y escuchaban sin oír, y todo lo mezclaban al azar. Lo que recogieron los videos sucede a campo abierto. Toros que arremeten contra otros. Son las normas informes de la animalidad, de los espacios silvestres. Vacas y toros que mueren corneados por semejantes. Como ese perro prendido por un jaguar que acabo de ver en Youtube. Como el bisonte que esta semana misma he visto en los documentales de la 2, refugio para el encuentro con Morfeo en la siesta, defendiendo a su criatura recién nacida y que acababa presa de las fauces de las leonas. Como en nuestras ciudades la violencia de género llena de féretros los cementerios. Y en todos los casos, me apena el débil. Esa sensación de fragilidad de los cabestros es determinante en la legítima atribución de epítetos y sustantivos contra lo que se vio en Barbastro.

Que hubo errores en la programación con la concatenación del desencajonamiento y el siguiente espectáculo infantil no me cabe duda. Que debieron escoger animales más voluminosos para recoger al toro emergente del viaje, también. Que existe una ignorancia que es atroz sobre el mundo de la cabaña brava se suma a las sensaciones...

Dicho lo cual, el aprovechamiento de que el Pisuerga pasa por Valladolid y el Vero por Barbastro obliga a hacer una reflexión en medio de la incontinencia tuitera que han mostrado Yolanda Díaz e Ione Belarra, ministras a la sazón del Gobierno y cuyas conclusiones inexactas y demagógicas no pasan la prueba del algodón de las comparaciones. Me explico y aprovecho para recordar a un amigo que nos dejó hace unos meses:

Mi buen amigo Miguel Gargallo Llaquet me remitía todas las noches sucesivas al 1 de octubre de 2017, cuando Puigdemont, los Jordis y Jonqueras habían lanzado a las hordas salvajes a las calles, videos con policías nacionales replegándose en medio de lluvias de guijarros, de botellas, hierros y todo tipo de materiales contundentes. De resultas de aquel vandalismo, resultaron heridos en algunos casos graves agentes del orden que estaban defendiendo a su país y, consecuentemente, a todos los españoles y a España. Al año siguiente, decidieron celebrar el aniversario de la barbarie, y la violencia fue mayor. Miguel tenía la sede frente a la comisaría de Vía Laietana. Los disturbios atravesaron el planeta de norte a sur y este a oeste. Y muchísimos nos quedamos horrorizados ante el hostigamiento a esos "amaestradores" de violencia que son las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, impotentes, derribados por la brutalidad. El hombre como lobo para el hombre de Thomas Hobbes.

El promotor de todo aquel salvajismo huyó antes de ser sometido al veredicto de la justicia. Es un prófugo. Al que encendió la llama y atizó las brasas de aquel acoso a aquellos policías indefensos ante las multitudes con fauces sanguinolentas en Barcelona, visitó hace unos días Yolanda Díaz. Con la blusa de las grandes ocasiones, con la que visitó al papa Francisco en otra exhibición de incoherencia, ella que tanto ha actuado con su acción de gobierno contra estructuras de la Iglesia. Y esa misma vicepresidenta, capaz de revestir de legitimidad a un huido del Estado de Derecho, es la que arremete contra lo sucedido en Barbastro sin haberse informado siquiera antes de definir el desencajonamiento como un espectáculo infantil... que era el subsiguiente (repito, error).

Con todo, pese al escepticismo tranquilizador que dan los años (como decía mi amigo Artemio Echeverríbar, yo ya no me sorprendo de nada, sólo me enfado... y sosegadamente), lo peor es el estigma que, a través de la generalización, implica poner a Barbastro en el foco de la diana de los ejecutores de la distinción entre demócratas y atrabiliarios. No entremos ya en la cuestión ideológica (porque me aburre y me cansa) sobre la presunta intelectualidad en torno a la fiesta de los toros, que con una sucesión de grandes creadores se termina en minutos, pero sí en la injusticia que constituye poner en el escenario tuitero a una ciudad que ha sido muy importante históricamente para la configuración de España, que es sede episcopal singular, que rezuma convivencia en sus mercados y en sus calles, que vive pacíficamente sus fiestas y que, en esta ocasión, ha sufrido un borrón cuya extensión dictaminarán las autoridades de un sistema judicial bajo sospecha pero que, lo queramos o no, es el que tenemos. Que es más que no tener como sucede en tantos países por los que suspira la vicepresidenta del Gobierno. Que, por cierto, ha hecho como Ione Belarra (y Echenique, y la espiral mediática que no sabe lo que es un becerro y lo que es un cabestro) de Barbastro su Waterloo... quizás por la confusión por la proximidad de su encuentro vergonzante con el virrey de todas las batallas. Vicepresidenta, siga usted a lo suyo, opine libérrimamente sobre Barbastro pero aprenda esa virtud que tanto predica el Papa al que usted admira como es la prudencia.

Y, repito: sí, las imágenes no me gustaron y que se deriven las responsabilidades que hayan de ser. Son las consecuencias del libre pensamiento que no entiende de sectarismos ni dogmas.

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