Existe la posibilidad para quienes ejercitan la facultad de su memoria que, al leer el titular que encabeza esta columna, se retrotraigan a tal día como hoy de 1988. El 14D, como quedó sellado para siempre. Fue la primera gran huelga general de la democracia y la primera sobre el gobierno de Felipe González, cuya reforma laboral suponía un abaratamiento del despido y una precarización de los contratos de los jóvenes. Gustara o no, la entrada en la senda del pragmatismo del dirigente socialista.
En aquel paro, secundado por un porcentaje de la población activa importante, se registraron algunas incidencias reseñables como el corte de la señal de Televisión Española por los trabajadores. Por cierto, no secundé la movilización en aquel momento por concebir una responsabilidad hacia un ejecutivo sobre el que pesaban todas las presiones y que quiso introducir modernización.
Nunca está mal tirar de los recuerdos para apreciar la evolución de este país y eliminar estereotipos que sólo aplican a quienes prefieren la deslealtad con sus cualidades intelectivas a la honradez intelectual de remembrar y reconocer. La homogeneidad empobrece mucho.
Pero a la concentración histórica de este pasado sábado, afecta tal epíteto por la propia enumeración del discurso político expuesto por los principales muñidores de la manifestación. Si tú aduces que los problemas cuya solución reivindicas llevan años y años, y nunca has organizado una movilización de estas características, el apelativo es histórica. Por primera vez en la historia reciente, se ha producido una circunstancia de este tenor contra el ayuntamiento. Cada cual extraiga sus conclusiones.
Más allá del aluvión reivindicativo de cada uno, hay que convenir algunas cuestiones del seguimiento informativo. Que la concurrencia fue poco significativa no es preciso ni explicarlo, cuestión de estadística respecto al total de población y una simple división entre los manifestantes y el número de colectivos convocantes. Tampoco es Huesca, justo es reseñarlo, ciudad excesivamente reivindicativa. Baste recordar que, después de la brutal destrucción del sector del Metal en la crisis de 1992, la primera concentración llegó el 1 de mayo de 1995, tres años después y cuando ya no quedaba tejido laboral que proteger. Había sido reducido hasta niveles extremos.
Más allá de las peticiones de micropolítica, a las que yo añadiría unas cuantas porque en mi comunidad se han cargado dos palmeras y nadie ha venido a defenderlas conmigo o porque el otro día se me llenó el contenedor de botellas y llevaba unas cuantas de una juerga doméstica que hube de dejar fuera -entiendan la ironía, por favor, que uno no está ya para esos trotes-, en la sucesión de discursos hubo algunas que otras confusiones conceptuales que abundan en la idea de que, efectivamente, fue una manifestación política, a la que fueron personas de la izquierda radical -y legítima, como todas las posturas- o de VOX -también partido legal-. Señalar que fue apartidista, como adujeron sus portavoces, no implica que no haya una inspiración política. La idea de la generación espontánea de las asonadas no la cree nadie desde la toma de la Bastilla. Y en Huesca, por aquello de Alfonso Bescós y de que no hay como serlo y tener memoria, nos conocemos todos.
Estoy convencido de que hubo muchos comparecientes muy bienintencionados, incluso justamente reivindicativos. Tanto como las asociaciones de barrios ausentes, a las que se ha señalado con el dedo en una persecución soterrada inaceptable y, esa sí, antidemocrática. Los derechos de manifestación, constitucionales plenamente, no pueden arrogarse la presión sobre quienes no desean acudir, en una especie de piquete abstracto y posmoderno.
Con el altavoz, se mezclaron churras con merinas como el triángulo SD Huesca-Gobierno de Aragón-Amazón, auténticamente delirante en la narración de un disparate ridículo, o las pretensiones de patrimonializar el futuro del Seminario -cada uno tenemos nuestra idea, y la mía no es la de abrazarse porque incluso los museos tienen hoy pretensiones de ser tocados-, o las exigencias en torno al arbolado que pretende no ya protección, sino demonización del discrepante (por cierto, aquí mi respeto a los que tienen buena voluntad). Y no digamos las quejas por el cierre del Centro de Salud Santo Grial que algunos añoran con sus cargas mortíferas de níquel y plomo en el agua o sus defectos estructurales peligrosísimos. Entonces, nadie protestó y muchos fuimos usuarios durante años de riesgo real.
Tengo para mí que el problema del asociacionismo vecinal, raquítico en representatividad salvo excepciones -las que no estuvieron son quizás las más consolidadas-, va por otros derroteros que nada tienen que ver con los expuestos. Y lo que requieren, más que determinadas compañías de una izquierda y una derecha demacradas por el mal paso del tiempo e interesadas hasta el punto de que la micropolítica municipal les importa una higa con tal de intentar encontrar nuevamente negocios ya perdidos, es una verdadera reflexión. No la pueden abanderar quienes se fugaron, por un quítame de aquí unos miles de euros de subvenciones consistoriales, del único movimiento de la sociedad civil como es la Plataforma Huesca Suena.
Los barrios habrían de ser, con un gran esfuerzo de captación de vecinos y una definición estratégica de las necesidades de sus zonas, una gran fuerza social exigente al máximo a las instituciones y despojada de presencias interesadas cuyo único afán es el destructivo de los enemigos para que "lleguen los míos" y así volver al abrevadero.
Es muy triste la marcha lacónica de muchas de las asociaciones, y, como sucedió en este país hace casi cincuenta años, demanda una transición para volver a ser verdaderamente representativas y no menguadas en manos en ocasiones de gente de extraordinaria voluntad -me consta- y en otras de espurios intereses de quienes mecen la cuna. Si brotara un periodo de reflexión, sí, lo reconozco: habría sido una manifestación histórica. Y lo de menos son cuatro decenas más o cuatro menos.