Si escuché durante años aquel aforismo de mi querido Luis Gómez de que los periódicos son algo demasiado serio para dejarlo en manos de los periodistas, una anología semejaba en otro ámbito, el económico, la búsqueda de soluciones en tiempos de crisis, referido evidentemente a los economistas. Puede extenderse a la política, porque cerrarlo en el ámbito de los políticos va contra natura y contra constitucionalidad. He escuchado a algunos conspicuos profesionales de la vida pública -en muchos casos ignorantes de la privada- espetar a determinados críticos que se presenten a las elecciones, respuesta que denota falta de talante y escasez de talento.
En esta España que entonces se ahogaba de tristeza por la dana, me permití remembrar la dramática situación de San Juan de la Peña en agosto de 1994, salvada por la decisión del teniente coronel al mando de la Comandancia de la Guardia Civil de Huesca. No crean que hay tanta novedad respecto al tiempo actual. También entonces el presidente de la Comunidad Autónoma, Marcelino Iglesias, recibía críticas desde los pueblos en riesgo al entender que no se habilitaban los recursos ni se les escuchaba. Ya ven que nada nuevo bajo el sol. Entonces, el mandatario aragonés hacía una defensa de los técnicos del Gobierno de Aragón al mando. Las realidades son paralelas.
A cuento de la polémica actual por tierra, mar y aire, la memoria y la experiencia reza que ninguna invasión de la política en puestos que requieren más oficio que oratoria ha mejorado las situaciones, y me atrevo a decir que las ha agravado. Baste recordar a Luis Roldán Ibáñez, el primer civil en dirigir la Benemérita, que hizo bueno a aquel general de infausto recuerdo para la Guardia Civil, Aramburu Topete. En la superficie, pareció un director rotundo y defensor de los agentes, en la profundidad trincó lo que no estaba en los escritos.
Desde entonces, craso error, la sucesión de directores generales del instituto armado apenas ha contado con ninguno que dejara huella por su eficacia y por arropar a la reputada insttución. Quien habla de Roldán, habla de Villalonga en Telefónica o cualquiera de los enchufados por amistades con el presidente del Gobierno (Correos, Renfe...) o por las puertas giratorias para los eméritos de las instituciones.
Ahora ha emergido una tal Virginia que, con una osadía digna de mejor causa, se dedica a hacer política... porque de la política procede. Y, lejos de cualquier asomo de humildad, saca las garras ante las críticas -probablemente desmedidas- de la oposición, dispuesta, como buena acólita, a matar por el jefe. Y, mientras, los que sacan las castañas del fuego son los bomberos, la UME, las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad, los agricultores, los vecinos... Todos en torno a una idea: son los que saben los que resuelven los problemas. El resto está, como se decía en mi pueblo cuando se jugaba al mus, para mirar, callar y dar fuego (a los cigarrillos).