La maestra que no descansa ni en Navidad

25 de Diciembre de 2023
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Nochebuena y Navidad representan una prueba para constatar que, a la vez que mirar hacia el futuro, somos capaces de recordar las enseñanzas de quienes nos precedieron y a los que hoy añoramos. Voy a contar a los lectores algo que sólo conocen mis muy allegados. A mi edad, es terapéutico y recomendable ir soltando las experiencias por si pueden servir a alguien. Mi padre siempre me decía que debería haber elegido Magisterio. Presumía que mi nivel académico me podría haber reportado un confortable puesto de por vida. Mis hermanos habían obtenido su plaza en oposición y con acceso directo -una fórmula de antaño que lo ofrecía por la media de calificaciones-. Siempre le contestaba que no tenía paciencia. La misma respuesta que espeté a la Universidad de Navarra ante su amable invitación a dedicarme a la docencia y, quién sabe, a la investigación.

De hecho, aunque en la vida haya aprendido las lecciones de la templanza al cruzarme con prodigiosos ejercientes de la virtud cardinal como mi otro hermano, Antonio Angulo, que en tal práctica era de diez, soy periodista en algún valor pero también en los vicios de la impaciencia, la urgencia y la falta de medición de los tiempos. Me penalizan personalmente aunque entiendo que sirven a los lectores, que son mi razón de ser -o una de las principales-. Mi capacidad de poner ese foco me conduce a desviar el sentido del confort personal y de mi entorno. Es una balanza que trato de equilibrar en el autoanálisis para intentar actuar en consecuencia.

También sostengo que esa cierta tensión contribuye al aprendizaje. La consciencia de las capacidades propias y de las carencias. La apreciación y admiración de las habilidades ajenas. Aquella inteligente recomendación de mi padre -estudia Magisterio-, descartada por mis propias condiciones personales, choca con la realidad. Por cercanía familiar y emocional, admiro a los maestros mucho más que a los periodistas -cada vez su servicio a la sociedad está más devaluado por la inflación de mercantilismo-. Aquellos nos enseñan con instrucciones eternas, nosotros no pasamos el filtro de apenas unas horas... si lo pasamos.

La prueba del algodón se ha producido esta Nochebuena. Frente a mi incapacidad de empatizar templadamenete con las necesidades de mi provecta y venerable madre, a la que a esa hora sus 94 años piden cama y silencio, mi hija maestra, Ana María, la ha tomado como un buen pastor recoge a la oveja dispersa y la conduce amantísimamente hasta el redil. Rodeó los alimentos de seda, las palabras de terciopelo y los villancicos de estímulo. Y la Noche no fue Buena, sino espléndida.

Me he levantado repleto de admiración hacia mi hija, hacia mis hermanos que también demuestran esas cualidades y hacia todo el cuerpo del Magisterio. Nos instruyen trufando las palabras y los gestos de actitudes, y esta sociedad les paga con unos emolumentos mediocres y con una incomprensión estulta, simplificando todo en la falsa percepción de su presunto y falsario régimen laboral, que en una ocupación vocacional es imposible de medir en horas.

En su alegato a favor de la cultura ante la Asamblea Francesa ante la pretensión de ahorrar por el camino de reducir el gasto en la creación y en la educación, Víctor Hugo dejó un mensaje indeleble e inolvidable: el porvenir del mundo está en manos del maestro de escuela. Hoy, día de la natividad del Niño Jesús, firmo tal aseveración allí donde haga falta. Y conmino a todos a que así lo reconozcan. Si se encuentran hoy a un maestro, a un profesor, denle las gracias. No hace falta explicaciones. Quizás ellos no sepan por qué, pero la atmósfera se impregnará de sabiduría y gratitud. El Magisterio no se circunscribe al aula. Se practica en la vida. En toda la vida. Feliz Navidad.

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