La memoria de las manos de Antonieta se difumina...

02 de Mayo de 2023
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Vaya por delante el respeto debido a las leyes, nos gusten o no. En eso consiste el Estado de Derecho, ese que precisamente abominan quienes imponen leyes, quienes repudian la Constitución. Esa, precisamente, es la grandeza del sistema de libertades. Pero, entre ellas, una inalienable, so pena de desaparición de la convivencia, es la de expresión, y a ella me atengo.

No conozco al individuo que ha obligado a modificar los escudos de la Sociedad Deportiva Huesca, de la Peña La Parrilla y de las faldas de la peana de San Lorenzo. De hecho, si lo conoces, amigo lector, no me lo presentes. Te lo ruego. Sin acritud, pero sin flexibilidad. A determinadas edades, no hay que perder el tiempo. Pero las tres instituciones afectadas me tocan el corazón, y no un poquito. Si de mí hubiera dependido, hubiera peleado el mantenimiento del escudo como una parte de la historia, sin complejos. Considerar que cualquiera de sus dirigentes tiene cualquier atisbo de utilización propagandística a través de la leyenda heroica me parece una exacerbación de la memoria democrática y dejar famélico el sentido común. El que lea esto, no me venga con la doctrina legal, que me la conozco y hasta la comparto en algunas cuestiones. No me obliguen a hipérboles que en nada benefician al diálogo ni a la convivencia.

Coincide el nacimiento del Huesca, de la peña y de la peana laurentina en el tiempo. Por orden, primero el soporte del busto del santo, inmediatamente después La Parrilla y a continuación la sociedad deportiva. En los tres casos, obedecieron a movimientos profundamente populares y no por ello eran menos amantes de la libertades. Precisamente en aquellos tiempos las ansiaban y padecían las ataduras. La peana fue fruto del sufragio popular en el que participaron, por devoción religiosa, tradición y amor a la ciudad, miles de oscenses. La estructura fue vestida por Antonieta Sanagustín, un personaje imprescindible del devenir de Huesca, que bordó una obra de arte. Y esa obra de arte es alojada en los almacenes por la reclamación de un talibán seguramente desconocedor de los avatares de aquel 1957 de Año Jubilar Laurentino coincidiendo con el 1700 aniversario del martirio. Todo fue virtuoso, y esa virtud queda al albur del capricho posmodernista y la rigidez de la interpretación de una ley que quiere imponerse sin matices, sin espíritu. Sin atender la singularidad, la orfebrería y la participación en aquel logro ciudadano. Sólo letra, fría, inflexible, ejecutora. Al patíbulo sin juicio.

Fui el autor del libro Compromiso con Huesca promovido por La Parrilla, y me atrevo a asegurar que en él está una parte de la historia de las fiestas de Huesca. Y que entonces no estaba impregnada la ciudad de gente malévola, que los listados de aportantes a la peana no eran un cúmulo de facinerosos, ni los fundadores de las peñas delatores de las gentes anhelantes de libertad. Que el pueblo, sí, el pueblo, tomó la iniciativa sin detenerse a pensar si la leyenda "heroica, leal e invicta" trascendía las palabras más allá de un orgullo legítimo que para nada era vasallaje ante el caudillaje. Las intenciones cuentan, y las raíces también. El extremismo de un ciudadano obliga a la que ya es mi Cofradía a desembolsar 12.000 euros con agradecimiento a la del Santo Cristo de los Milagros y al Ayuntamiento por salvarle de una real quiebra. Las manos de Antonieta se difuminan, en medio de una marcha atrás que obedece a la coerción de la amenaza, en el horizonte de nuestra memoria. Y ya se sabe que las decisiones bajo amenazas nunca traen buenos frutos.

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