El más tonto de la clase al timón

18 de Agosto de 2023
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Warren Buffet, tipo lúcido donde los haya, aconseja que, si has de invertir, compres una empresa que pueda dirigir un tonto, porque más pronto que tarde lo hará. La apreciación del oráculo de Omaha me ha asaltado la cabeza al recordar la apreciación de un compañero de estudios de Puigdemont, mi amigo M., que en la primera etapa del político y periodista gerundense me aseguraba que Carles era el más tonto de la clase.

Me resultaba a la par hilarante e inaudito, como inaudito me lo parece en estos momentos en el que marca los destinos de este país. Hilarante, ya no. Me hubiera conformado con la definición de España de Max Estrella, la deformación grotesca de Europa, en la pluma brillante de Ramón María del Valle-Inclán con el esperpento escenificado en los espejos cóncavos del Callejón del Gato. Pero esto, como se indica en Luces de Bohemia, trasciende incluso la estética sistemáticamente deformada para rectificar las palabras del poeta ciego a Latino de Híspalis, que sostenía que la tragedia española no es una tragedia. Lo es, vaya si lo es.

Viene a significarse con los primeros pasos de la legislatura que quien lleva la batuta es el más tonto de la clase, lo que viene a implicar que quienes le adulan y le prometen el oro y el moro a costa de España no son mucho más listos. Tan sólo más ambiciosos. Dispuestos a sacrificar la autoridad por el mero poder, vacío e indigno. Sólo así se explica que el respaldo al futuro gobierno vaya a estar cuarteado en una caterva de formaciones cuyo único objetivo es destruir el Estado que ha de administrar aquel gobierno. Y que, de hecho, llevan lustros luchando con diferentes recursos. Unos, directamente con las armas que mataban, extorsionaban y secuestraban. Otros, con procesos de independencia para minimizar la realidad de la nación común para convertirla en un cuerpo débil, exhausto, que empezaron con el Plan Ibarretxe y siguieron con el 1-O. Se declaran abiertamente inconstitucionales y de hecho, a la hora de las promesas que dan derecho a sueldazos estupendos, lo hacen por la vecina del quinto, por el pito del sereno, por la autodeterminación o por la loca del coño, si se les ocurrieren tales formulaciones. Todo vale.

Hasta aquí, sin entrar en el enésimo cambio de opinión del presidente en funciones (que viene a significar la desaparición del valor de la coherencia) al que ahora nada le quita el sueño, incluso podríamos combatirlo con el relativismo del superviviente. Del que aprecia cómo un país que ama se desploma. Y, sin embargo, no es posible por una razón muy sencilla: mientras se avecina la aministía para Puigdemont (que, sí, en sentido estricto, intentó un golpe de estado aunque los que sacralizan la conveniencia lo nieguen), mientras buscan la fórmula del ilegal referéndum para la independencia (inconcebible en Europa), mientras PNV o ERC sacan la máxima registradora para ir ingresando, el resto de España que no es Cataluña o Euskadi se empobrecerá porque sostener sus infraestructuras y sus servicios sólo será posible a través de un esfuerzo fiscal desproporcionado.

No hay otra ecuación. Si se priorizan a las regiones más privilegiadas, a las modestas se les niega el pan y la sal. O seremos más pobres en servicios (hospitales, escuelas, asistencia social...), o serán más pobres nuestras carteras. La fábrica de timbre y moneda no es una máquina imparable de hacer dinero. Y vascos y catanales, como en las épocas de la oprobiosa, tornarán a ser privilegiados frente a extremeños, castellanos, andaluces o aragoneses. Esto es, adiós a la aspiración nunca lograda de la igualdad entre los ciudadanos de España residan donde residan.

La caja no es ilimitada. No hay ya hucha. Las generaciones venideras habrán de pagar -cada uno de los ciudadanos, sí- esta juerga en la que el más tonto de la clase ha dirigido, en un sistema más que discutible, el reparto inmoral de los recursos que pagamos entre todos. Será una distribución abyecta que negará los sacrificios históricos de comunidades, otrora reinos como Aragón, que han asumido un papel humilde mientras gobernantes sin escrúpulos inyectaban anabolizantes financieros a los enemigos del Estado que habrían de administrar. Y ahí, en la negación del progreso en la coalición de tipos y partidos en los que hay tirios y troyanos, y puestos a simplificar por posicionamientos unos cuantos de derecha reaccionaria -el nacionalismo separatista lo es-, me viene como un epitafio la formulación que siempre nos contaba mi padre: "Hay tontos que parecen tontos, y hay tontos que tontos son, y hay otra clase de tontos que son los que joden la procesión". Definitivamente, no es país para viejos pero sí es país para tontos.

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