Los miserables

La atribución de tal epíteto a los majaderos que desafiaron el acto del 17A es, como mínimo, bonancible para ellos

18 de Agosto de 2022
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Uno de los problemas de la segregación (que no inmersión) lingüística es que la propia estructura mental se empobrece tanto que se aplican terminologías en la lengua preterida cuya integralidad no se aborda en su justo término. Los majaderos que aprovecharon el quinto aniversario de los atentados del 17A en Las Ramblas de Barcelona absorbieron la simpatía de la presuntamente corrupta Borrás (tan mentecata como ellos y con una profundidad en la malicia superior) y, del resto, mayoritariamente recibieron la calificación de "miserables". En la efímera y etérea educación de estos tiempos de modernidad evanescente, la etimología se ha esfumado de cualquier atisbo de aprehensión, de tal modo que el uso de los vocablos nunca es capaz de abarcar toda la riqueza de nuestro formidable idioma. Miserables son lo mismo los ruines que los tacaños, que los pobres, que los indiferentes e incluso que los desdichados. Se puede utilizar igual para los lamentables, como es el caso, que para los dignos de compasión (y la compasión es acompañar en el sufrimiento), de forma que yo hubiera apostado por algo más preciso: idiotas, imbéciles, estúpidos, malvados y descerebrados.

Quizás la ambigüedad me incline a Los Miserables de Víctor Hugo y a ese Jean Valjean que se ha erigido en héroe de carne y hueso con el que empatizar es sencillo desde su desgracia inicial, cuando es condenado por robar pan para dar de comer a su familia. Estos miserables de Barcelona, esa treintena de necios, no tienen detrás sino un saco de fortuna de sus papaítos burgueses, una falsa fachada de rebeldía que esconde que son pijos de tomo y lomo, una irresponsabilidad execrable porque lo han tenido todo y se han quedado, teniendo a su alcance un gran patrimonio material, con la vacuidad intelectual como línea que identifica sus tristísimas existencias.

No, no son miserables, son cómplices de golpistas, pasivos ante el terrorismo islámico, fuertes con los débiles y débiles con los fuertes, enamorados de la entropía, analfabetos emocionales, incapaces para la convivencia, "beaucoup" de tontos. Tontos hasta las siete y media y a partir de ahí el resto del día. Gentuza que nubla la fraternidad, desechos de la tienta que nos presenta la humanidad con sus oportunidades. Dénme a los de Víctor Hugo y éstos que se vayan con Puigdemont, que, como dice un amigo que estudió con él en Gerona, era el tonto de la clase. Y no necesita jurármelo para que le crea.

 

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