Del motorista al wasap, degenerar en el despido

01 de Septiembre de 2022
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"Un político destituido por Franco sabía que el motorista venía y se iba por un túnel de silencio, ni siquiera se quitaba el casco, ni los ojos postizos de insecto, ni los guantes, ni el silencio de unos labios sellados, labios de ángel mensajero de aniquilaciones. De todos los ministros de Franco, el más afectado por la aparición del ángel de la muerte política fue Arias Salgado, Gabriel de nombre, arcángel de nuestras creencias, que consiguió salvar las almas de muchos españoles metiendo a toda España dentro de una funda de camisón con ventanilla. La amargura del cese se le metió en la aorta y no paró hasta que llegó al corazón, un fruto amargo, como ya había advertido Ignacio Aldecoa.De todas las víctimas de aquel motorista, mitad monje mitad guardia de Franco, sólo una renació de sus cenizas por el procedimiento de ser más inasequible al desaliento que un saguntino reconvertido. Me estoy refiriendo a Fraga, el único ministro destituido del franquismo que se sucedió a sí mismo y ha tenido más porvenir que el generalísimo. Nada se ha contado del choque, sin duda alguna frontal, entre el motorista y don Manuel. Las compañías de seguros corrieron un tupido velo sobre las catástrofes mecánicas y no consta que el motorista fuera internado en ninguna unidad de cuidados intensivos, así en la tierra como en el cielo". Manuel Vázquez Montalbán, en su elegante tono castizo, era capaz de describir en 1984 la manera de despedir a su personal de confianza del dictador. Se preguntaba en la fecha de esta prodigiosa descripción cómo despediría la UCD o el PSOE, convencido de que todo sería menos formal y también más chusco.

Despedir ha sido siempre un arte. En su ejecución -nunca mejor utilizado el vocablo-, algunos se han recreado en el sadismo y otros han pasado de puntillas como si aquí no hubiera sucedido nada. La metodología franquista se hizo célebre, de tal manera que cuando un hombre de confianza -digo lo de hombre porque, desgraciadamente, en aquel entonces había pocas mujeres con tal consideración por las estructuras del poder- escuchaba el sonido de una mobilette o de una vespa, sufría espasmos mientras su vecino ponía sus barbas a remojar. Era muy lóbrego, empezando por el mono negro o caqui del Miguel Strogoff de los tiempos.

Todo ha evolucionado. Ahora te despiden los departamentos de Recursos Humanos (o Inhumanos, como la fabulosa serie protagonizada por Enric Cantoná), y eso suele ser en el mejor de los casos -o no-. Al menos, sabes que los buenos profesionales dan la cara y, escuetamente y para no herir, te sueltan lo de Carmen Maura, "nena, tú vales mucho", y añaden "pero tu perfil no es para nuestra empresa". Si intentan tirar por lo empático, te botan por elevación: "Es que con tu creatividad encontrarás un camino mejor y una compañía más apropiada. Ahí serás el rey del mambo". Duele, escuece, incluso puede parecer que te están vendiendo una moto, incluso la de los motoristas de Franco, pero te ponen un poquito de agua oxigenada metafórica. Claro que entre los de RRHH también los hay desalmados, mentirosos y viles. Pero en vez de chupa llevan americana. Y hasta corbata.

En las organizaciones caudillistas, si hacen el cálculo de que sale mejor un burofax, tiran de este mecanismo que ya empieza a ser viejuno, pero eficaz. A mí me lo hicieron. Al menos, como me pillaron en la playa y de baja por depresión -que también es una bonita manera de expulsar de las organizaciones-, prolongaron algunos días el presunto disgusto, que en realidad fue liberación. Despedir por burofax es mucho menos romántico que por motorista. No tiene tenebrismo. Es gris. Sólo un Mariano José de Larra hubiera sido capaz de escribir una pieza maestra sobre esta ordinariez. No sé, muy vulgar. Quizás es que me lo merecía. O quizás es que, recuerdo otra vez al Luis que me inspira: no había "escojolondrones" para dar la cara.

Las empresas y cualquier identidad adoptan la cultura del líder. Si es carismático, la compañía desprenderá carisma. Si antipático, antipatía. Si soberbio, soberbia. Si amabilidad, amable. Estoy convencido de que las formas, tan importantes cuando van acompañadas de buen fondo, también definen la profundidad y el dibujo de las heridas al despedir. Si son suaves, no hay terciopelo pero sí un tacto asumible. Si son con aristas, se clavan en el corazón. Si bruscas, hieren.

He de reconocer que me ha sorprendido la forma de despachar al diputado Carlos Ortas por parte de Daniel Pérez, presidente de Ciudadanos. Periodista como yo, y con una larga trayectoria (algo menos por edad y por su compromiso político), ha utilizado el wasap. Usar esta red implica algo así como espetar: ¡¡¡¡A LA PUTA CALLE!!!! Así, con mayúsculas y no menos de cuatro exclamaciones. Feo es, lo diga Agamenón o su portero.

Y, sin embargo, tengo para mí que no va a parar aquí la creatividad botadora. Empecinados en la innovación, la evolución es imparable. Y no concibo sólo futuras expulsiones de las empresas por Telegram además de wasap, ni por correo electrónico, o Skype, o Teams o Zoom. Vislumbro, que para eso leo, la primera vez en que las técnicas de intervención del cerebro permitirán enviar al ordenador la instrucción y será el propio portátil el que transmitirá al lapidado la orden: "Recoge los bártulos y a la oficina del Sepe". Y se ufanarán en congresos y simposios los de la patente por haber creado una nueva fórmula, muy creativa, de hundir las vidas de las personas. Y será por IA, por blockchain, por big data, por bot o yo qué sé. Esto Paco Umbral lo simplificaba mejor: ¡A la mierda!

 

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