Objetor del Estado

10 de Noviembre de 2023
Guardar

De una reunión entre un prófugo del Estado (el tal Puigdemont) y un prófugo de la inteligencia (Santos Cerdán, que corre detrás de ella pero jamás la alcanza), amparados por un prófugo de la decencia (entendida como dignidad en los actos y en las palabras conforme al estado o la calidad de las personas, y esto atañe al presidente en funciones y en ciernes), tan sólo puede resultar algo profundamente destructivo. Tanto que incluso produce prófugos de conciencia, que son aquellos que abandonan los deberes morales para acomodarse a la poltrona (léase esos espeluznantes porcentajes de apoyo a la mentira). Es el horror es que nos afecta a todos y, sobre todo, a la convivencia entre todos.

El comportamiento de los últimos meses adopta lo peor de Maquiavelo. Desde la expresión de que, de vez en cuando las palabras deben servir para ocultar los hechos hasta  que la política no tiene relación con la moral, o el hecho de que el que engaña encontrará siempre a alguien que se deje engañar.

Pero no, el escritor italiano sostenía también que un príncipe nunca carece de razones legítimas para romper sus promesas. No encuentro ninguna, salvo la estafa al electorado (sea cual sea la reacción de éste, que no es compacto sino atomizado), para justificar que el presidente del gobierno en funciones y en ciernes traicione su propia palabra y obedezca exclusivamente a una ambición desmedida que sólo le beneficia a él.

Dicho lo cual, me declaro objetor de este Estado. Un Estado que da la espalda a siglos de convivencia para entregarse a un ufano Puigdemont que esta misma mañana reconocía que el golpe asestado a España es tal que es el comienzo de su destrucción. Sí, quizás tiene razón. Quizás este botarate criminal que fue un alumno tonto que además no ha evolucionado haya dicho la única verdad de su deleznable existencia.

Por definición, un Estado en el que se rompe el principio de la igualdad de los ciudadanos de toda su geografía es profundamente injusto y, por tanto, prescindible. Si Cataluña y Euskadi, más allá de la aberración moral de la amnistía a los delincuentes independentistas de allá y los etarras que serán indultados de acá -tiempo al tiempo, no habrá que esperar mucho, aunque ahora lo negarán los prófugos de la dignidad-, que son las regiones más ricas por la gracia del franquismo, de sus chantajes en democracia y del desahucio de la España emigrante para ofrecerle mano de obra barata, se apropian de su Hacienda y de la Seguridad Social, ¿para qué queremos el Estado? Si Aragón, con sus 1,3 millones de personas, ha de apañárselas con sus recursos con lo que habrá de empobrecer sus servicios o los bolsillos de sus ciudadanos tras una hoja de heroicidades para la construcción de España impagables, ¿para qué queremos el Estado? Si la deslealtad obtiene mejores réditos que la lealtad, ¿para qué queremos el Estado?

En estos momentos, puedo asegurar que yo quiero votar la independencia de Cataluña y de Euskadi, porque me atañe y la voy a pagar. Les aseguro que sería la única cuestión en la que coincidiría mi voto con Puigdemont y Otegui. Así de duro, así de estafado me siento. Por eso quiero ser objetor de este Estado y propongo firmemente crear otro en el que sólo quepan los leales.

En esta terrible coyuntura, que debiera avergonzar a los compañeros de tantas víctimas del secesionismo hasta el punto de vulnerar la abyecta reverencia acrítica al amado líder -sí, como suena-, en el que la dignitas hominis que reivindica Fernando Savater está siendo demolida a la par que la utilidad mal concebida arrumba la inutilidad hermosa de los conceptos de la patria y la verdad, me refugio en busca de algún motivo para esa burla y de alguna respuesta en tamaña perversidad. Y hallo la respuesta de un Demócrito insultado por Hipócrates para proclamar: "Pero yo sólo me río del hombre, lleno de estupidez, desprovisto de acciones rectas, que con ansias desmesuradas recorre la tierra hasta sus confines y penetra en sus inmensas cavidades, funde el oro y la plata, los acumula sin descanso y se esfuerza por poseer cada vez más para ser cada vez menos. No se avergüenza de llamarse feliz porque excava las profundidades de la tierra por medio de hombres encadenados: entre ellos, algunos mueren a causa de los derrumbes de tierra; otros, sometidos a una larguísima esclavitud, viven en esta prisión como en su patria. Buscan oro y plata, hurgando entre polvo y desechos, desplazan montones de arena, abren las venas de la tierra para enriquecerse, despedazan la madre tierra".

Salvo que jueces, Europa u otra providencia impidan esta malignidad, me niego a ser uno de los ciudadanos de segunda como proclamaban este jueves los inspectores de Hacienda. No sé cómo, pero me apeo de este Estado que ha enterrado la dignidad por la ambición de prófugos de los valores de la democracia.

Suscríbete a Diario de Huesca
Suscríbete a Diario de Huesca
Apoya el periodismo independiente de tu provincia, suscríbete al Club del amigo militante