Okupas, un fracaso sistémico

09 de Octubre de 2023
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Las experiencias nos enseñan a leer, siempre que seamos capaces de abstraer lo vivido. En el proceso de los "okupas" de la calle San Orencio, había conocido las versiones de los comerciantes y vecinos, legítimamente desesperados, y de la administración municipal, razonablemente impotente porque, desafortunadamente, y voy a afirmarlo con sutileza, "la ley está hecha con el culo". Puede serme atribuida esta expresión, por otro lado tan vulgar como recurrente. Originalidad cero por parte de este escribano.

Conocí de cerca la "otra parte" con motivo del desalojo y la posterior vuelta a por sus enseres de los siete ocupantes. El primero, probablemente por la presencia policial, resultó fluido, tranquilo, dentro del orden que garantizaban la Local y la Nacional que nos advirtieron a los presentes que las imágenes no podían incluir a menores. En nuestro desempeño se encuentra discernir estas cuestiones, en el de los agentes advertirlo. Todo okey.

El segundo fue menos agradable. Después de que cinco de los siete se encaminaran hacia los alojamientos habilitados por el Ayuntamiento, los otros dos quedaron en la esquina con un colchón y alguna maleta. Quizás sea una nueva estadística, pero lo cierto es que uno de los siete manifestó una violencia verbal desmedida, insultando, ofendiendo y hasta amenazando de muerte a algunos comerciantes que bajaban sus persianas o a este plumilla. Y, sin embargo, incluso dentro de esos instantes de tensión y de hasta un cierto temor (cuando llegó la Policía Nacional cambió el estado de riesgo), preferí disociar entre la agresividad exterior y una cierta empatía multidireccional.

No entro ya en las interpretables condiciones de reinserción (el tipo violento no tiene pinta alguna, pero sí algunos de los integrantes de la "familia"), sino del hecho cierto de que es probable que esa familia que salió desterrada de Mérida y pasó por Zaragoza desaparezca de la faz oscense, pero no de la tierra, con lo que el problema no se resuelve, sino que se traslada. Otra ciudad, otro pueblo, heredará la tensión y la okupación, y así sucesivamente. Podrán recorrer medio mundo y, sin embargo, salvo alguna excepción de esa unidad de siete miembros, la vulnerabilidad y la desafección social les acompañarán. 

En el asunto de la okupación es preciso un trabajo multidisciplinar (no sólo para proteger a la infancia, que también), una regulación legal eficaz que proteja la propiedad y la paz social, una reglamentación que impida la intrusión en casas particulares y una búsqueda de soluciones efectivas para que los "okupas" puedan reconvertir su pulsión displicente en normalidad, esto es, la sumersión en los valores del trabajo con el que impregnar de dignidad su existencia y su relación con la sociedad. Hasta que esto no suceda, y evidentemente esto no pasa por una ministra -como se rumorea- de Vivienda como Ada Colau (es tanto como meter al zorro en el gallinero), se demanda una seriedad legislativa y una protección de los derechos de los ciudadanos que con sus sacrificios se han hecho con una propiedad. Y, de paso, educación y reeducación. Este fenómeno inquietante puede ser una oportunidad, porque como escribió Charles Dickens, cada fracaso le enseña al hombre algo que necesitaba aprender".

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