La palabra del año, más Inteligencia Artificial que emocional

08 de Enero de 2023
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Es una fortuna leer un libro cuando está en el horno. Yo lo estoy haciendo con el próximo de mi psicóloga y amiga María Ángeles García Santos, que a su proverbial profesionalidad une la empatía y la virtud para escribir obras prodigiosas para los cuidadores en el caso del alzhéimer y para los enfermos en el de ARO (Artritis Reumatoide Oscense), que está en pleno final de cocción. Además de que a los periodistas nos subyuga la idea de tener algo antes que los demás, en el caso recto para procesarlo y hacerlo atractivo y comprensible, en el estúpido para fardar de primicia o exclusiva (muy a menudo la excusa para la inconsistencia editorial), es bonito poder ayudar con alguna aportación, aunque sea meramente lingüística. Tienes la inmensa fortuna de que, como han expresado grandes escritores desde Ruiz Zafón a Luz Gabás, haces tuya la obra cuando está vivísima, empujando para salir del cascarón.

María Ángeles, en un momento del libro (no voy a destripar más), destaca que la inteligencia emocional en el sentido expuesto por Daniel Goleman representa una gran oportunidad porque nos conecta con nosotros mismos y con los demás para recoger los frutos de la gestión de las emociones. En este germen del 2023, lo es más porque la volatilidad total exige adaptación, que es precisamente el resultado de la práctica de esa extraordinaria herramienta, entre el don y la persistencia, que es una de las inteligencias múltiples según la versión de Howard Gardner. Sobre esta capacidad se ha escrito y dicho tanto que apetece, por desengrasar, incluso recordar aquella ocurrencia de Groucho Marx de que la inteligencia militar es a la inteligencia lo que la música es a la música militar.

Ahora, la Fundación del Español Urgente (Fundeu) ha escogido como palabra del año "Inteligencia Artificial", que de hecho son dos y ambas discutibles. Tengo para mí que el que preselecciona las doce candidatas tiene un punto sádico: apocalipsis, criptomoneda, ecocidio, gasoducto, gigafactoría, gripalizar, inflación, sexdopaje y topar son las finalistas que acompañaban a la ganadora y a las dos que a mí, particularmente, me parecen mucho más hermosas que, como criterio, tampoco es desdeñable, diversidad y ucraniano. Es más, trascendiendo lo coyuntural, diversidad es la más apropiada porque en sí misma lleva una carga didáctica para un mundo mejor y para verbalizar las carencias que conducen a los grandes conflictos.

Mi sospecha de un jurado turbulento se confirma con las elecciones de los nueve años anteriores, desde que se instauró esta moda que lleva camino de tradición: escrache, selfi, refugiado, populismo, aporofobia, microplástico, emojis, confinamiento y vacuna son las predecesoras de la Inteligencia Artificial y, en su mayoría, responden a connotaciones negativas que desvelan la querencia tenebrosa de los tiempos. Vamos, que son muy macabros estos tipos y estas tipas.

Estamos en una época en la que las aplicaciones positivas de la Inteligencia Artificial compiten y combaten las negativas, como ese ingenio contra el ingenio que es el ayudante para los deberes escolares, o ese otro que acumula poder destructivo sobre la destrucción bélica, o el que elimina de la vida del ser humano la visión de las situaciones de injusticia, o el que realiza los cálculos sobre la extensión de la pobreza por encima de la generación de la riqueza. Sugeriría a la Fundeu que, para este 2023, más allá de vocablos pandémicos, anglófonos, tecnológicos y conflictivos, concibiera un porcentaje (la paridad lingüística entre lo positivo y lo negativo debiera ser sometida también a debate porque condiciona nuestras vidas y nuestras percepciones) de términos favorables al ser humano. A la inteligencia natural (ésta es mi apuesta) que, como reza la regla de Malcolm Gladwell, debiéramos someter al estrés de las 10.000 horas de prácticas distribuidas temporalmente como se desee para abrazar la virtud. Si es en un año, mejor, pero que la prisa no nos colapse hasta la pausa.

 

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