¿Para qué quiero la memoria?

22 de Septiembre de 2022

¿Para qué quiero la memoria? Estoy con mi madre. Su cocina es un auténtico mirador por el que desfilan quienes transitan por la calle. "No se ve hoy un alma", dice. Ya las calles de Lodosa empiezan a oler a pimiento. Nuestro vecino Maduro está asando. Mi madre, Angustias desde hace 93 años (la pasada semana), está feliz de vernos. A esa edad tiene algunos momentos de desorientación, sobre todo cuando despierta de alguna de las muchas siestas que se echa en su butaca. Apenas ha salido media docena de veces desde la puñetera pandemia que se ha llevado por delante muchas vidas y la evolución normal de muchos mayores. Tiene agilidad razonable, máxime si tenemos en cuenta su confinamiento inducido. Eso sí, hay que andar voz en grito porque se niega a ponerse sonotone. "Eso es de viejas", puede esgrimir tranquilamente. O "para lo que hay que oír..." También es verdad.

Lleva un parche diario para no profundizar en la pérdida de los recuerdos inmediatos. Los otros los lleva en orden. Mi abuela María o mi padre Pepe están en su boca. Y mi tía Corpus, una más entre sus muchos hermanos, de los que aún quedan dos. Anoche le daba a leer -vista de lince, uff, mejor que la mía- la proeza de Manolo Sarasa que está en nuestros cielos. No está muy familiarizada con el señor Alzheimer. Le explico y me espeta: ¿Para qué quiero la memoria? Y me pregunta nuevamente por qué no han venido Javier y Ana María, nuestros hijos. Y dónde están mis hermanos, le digo que no tardarán en llegar.

Dicen con razón mis hermanos que mi madre es muy lista. Cierto. Engañarla es casi tan complejo como escalar el K2. Su instinto y su inteligencia son formidables. Una barbaridad. Quizás por eso haga esas preguntas difíciles. Como si hubiera leído aquella ocurrencia en oxímoron de Robert Louis Stevenson, "mi memoria es magnífica para olvidar". Cuando es selectiva, es una estupenda arma para mantener el ánimo, para equiparse con un equipo protector frente a la agresividad que la vida moderna impone en la estulta competitividad de los tiempos.

¡Ay, si estuviera tu abuela! Otra cosa sería, me dice en este preciso instante. Este 21 de septiembre, los trabajadores y mis compañeras de la Junta Directiva de Alzheimer Huesca han hecho un monumento inmaterial a la memoria con una celebración divulgativa, concienciadora, sobre la enfermedad que nunca dejará de estar de moda en una sociedad envejecida hasta que la investigación ponga coto a los efectos naturales de la edad. Myriam ha hecho un reportaje de los de época, reconocen todas. Verídico. Si has seguido la secuencia de esta narración, amigo lector, comprenderás fácilmente que mi aserto introduce la relación entre memoria y libertad. Memoria para recordar, memoria para olvidar, la memoria como centinela del cerebro que proclamara Shakespeare. La memoria devaluada por ciertas tendencias educativas. La memoria añorada por los familiares de personas con alzheimer como sueño imposible de recuperación. Es tan, tan útil, tan y tan moldeable, que permite a muchos la irresponsabilidad de desoír las convocatorias de sus asociaciones de "alzheimeres" de su entorno. Así que he encontrado la respuesta a la pregunta de mi madre: ¿Para qué quiero la memoria? Para ser libre.