La partida de mus en casa de Txapote, Parot, Fiti y Anboto

01 de Septiembre de 2022
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"Todos los que hemos estado en primera línea sabemos del sacrificio y del precio que hemos pagado para poder decir: "¡Hemos vencido a ETA!" ¡Mentira! Estos grupos terroristas, independentistas, separatistas han ganado lo que nunca fue una guerra. Nosotros, sí, los vencimos policialmente, pero ellos están en las instituciones. Sí, han dejado las armas, los hemos obligado a ello, luchando en inferioridad de condiciones, sin poder responder a sus ofensivas, porque esto nunca fue una guerra. Las víctimas directas e indirectas seguimos ahí. Casi novecientas personas asesinadas y miles de heridos; pero ellos, poco a poco, vuelven a sus casas. Nosotros estamos abandonados, no reconocen nuestras secuelas, somos especies raras con historias que cada vez menos gente quiere escuchar. Sin embargo, ellos son tratados en sus entornos como héroes, los reciben con fiestas una multitud que odia y que se encarga de que las nuevas generaciones sigan odiando, mientras los políticos miran hacia otro lado. Hemos sido peones de una partida de ajedrez dirigida por políticos"

Es el testimonio de un veterano del Grupo Antiterrorista Rural de la Guardia Civil, apodado Machete, en "Pikoletos", de Juan José Mateos. Hoy, con certeza, recorre su cabeza, como la mía, la voz de Joan Manuel Serrat con la poesía de Antonio Machado, porque España le ha helado el corazón. En una constatación -más- de la precisión del concepto del árbol y las nueces de Mamen Gurruchaga e Isabel San Sebastián, las cárceles que inminentemente va a gestionar el gobierno del PNV van a acoger, quién sabe si con homenajes incluidos -lo más probable-, a Txapote, a Parot y a Mobutu, acercados y ya casi en régimen de semilibertad mientras las decenas de muertos (Blanco, Buesa, Múgica, Ordóñez y multitud de anónimos) yacen en sus tumbas con los honores exclusivos de su hoja de servicios en vida, sin los institucionales que han abandonado su memoria y la dignidad de todos. En la reunión de amigos en unas presuntas prisiones que más bien se erigirán en locales sociales como los que puedan disfrutar las gentes de los pueblos, se palmearán en el saludo con Dorronsoro y con Fiti, con Anboto y con Olarra Guridi, y disfrutarán de sueldos por servir cafés como la propia Soledad Iparaguirre, mientras las víctimas del terrorismo lloran con amargura de hiel. Abandonadas en su tragedia mientras los asesinos juegan una partida de mus con sensación de haber vuelto, victoriosos, a casa. En las fichas para las cuentas, las caras de los abatidos. Tienen de sobra para largas sesiones, porque su nómina de asesinados es cuantiosa.

Han pasado diecisiete años largos desde que Pilar Ruiz Albisu, madre de Joseba Pagazaurtundua, policía local y socialista de carnet y de corazón, remitiera una carta a Patxi López en una premonición desgarradora: "No me quedan dudas de que cerrarás más veces los ojos y dirás y harás muchas más cosas que me helarán la sangre, llamando a las cosas por los nombres que no son. A tus pasos los llamarán valientes. ¡Qué solos se han quedado nuestros muertos!" ¡Y qué tristes los vivos con conciencia y sed de justicia!

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