La política de la falsa moneda

12 de Enero de 2024
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Una gestión inteligente y empática para la convivencia. Es la definición del presidente del Gobierno del mercadeo continuo, sin límites, líneas rojas, escrúpulos ni ética que se ha instalado en este comienzo de legislatura cuya ruptura sólo llegará de la inverosímil composición de intereses contrapuestos que, en un momento determinado, provocarán una implosión en el conglomerado antiprogresista y falsamente plurinacional (en sentido estricto).

Aun cuando suene a historias de abuelo cebolleta, las negociaciones hasta de una coma o de un punto y aparte en la Transición conllevaban horas, días y hasta semanas de debate. Las cuestiones semánticas tienen una traslación a la realidad con consecuencias extremadamente severas. Y, por eso, dentro de la ambigüedad constitucional, existen algunas certezas grabadas a fuego por la letra para que el espíritu no se vaya por los cerros de Úbeda. Hoy, en un mundo más vertiginoso, bastan cuatro tretas dilatorias de un puñado de minutos sirven para que las hienas presionantes del nacionalismo derriben al malherido rey león del Estado. Así de antinatural, así de dramático.

En el desguace estatal que va a auspiciar finalmente una desafección de las partes de España leales a su historia y a su proyecto, se ha llegado demasiado lejos. El puzzle inaudito e imposible al que están condenando las ambiciones gubernamentales y la sed de apretar mordiscos letales de los enemigos de España va a devenir en una insostenibilidad y la correspondiente inviabilidad por varias vías, todas ellas instadas por un espíritu insolidario que nada tiene que ver con la convivencia, con la inteligencia ni con la empatía. La empatía es un sentimiento y una capacidad para identificarse con alguien, y precisamente en esa condición estriba la libertad para elegir cuál es el modelo con el que asociarse y cuál el que conviene mantener a raya o a distancia. Eso lo teníamos claro... hasta ahora.

Convertir una aritmética sin equilibrio en la razón de ser de una legislatura no puede concluir sin finiquitar una de dos realidades incompatibles: o el Estado o una alianza contranatura y contra ética. Contra las normas de relación social que en un largo proceso histórico nos hemos dado los humanos, en general, y los españoles en particular. La aceptación de la transferencia de las políticas migratorias a Cataluña y, subsecuentemente, al País Vasco, no es más que la ratificación del destrozo de una ímprescindible coherencia nacional e incluso de decencia moral. Es atroz que, mientras se predica contra las posiciones contrarias a actitudes de partidos como VOX, se ponga alfombra roja al supremacismo xenófobo o racista de Junts o del PNV, barnizado por un falso pigmento de progresismo.

Y, como cómplice imprescindible, toda la izquierda que lo consiente por puro poder, renunciado a cualquier autoridad. VOX reloaded versión zurda y agravada. Es terrible y contrario a la compasión y a la justicia asumir que cada comunidad abra o cierre la tajadera a la asunción humanitaria de esos seres desgraciados sin una reflexión, un debate y un consenso sobre la forma de asumir una de las grandes lacras de nuestros tiempos. La que convierte esta época en la más lacerante de la historia reciente por la inutilidad de las personas para alcanzar y abrazar misericordia.

Como la falsa moneda, los migrantes van a ir de mano en mano sin que nadie se los quede mientras los amnistiados que quisieron romper el país campan a sus anchas en orondos refectorios en los que ufanarse de la rendición del Estado a sus ambiciones, sean los independentistas catalanes, sean en el futuro los que esperan en el País Vasco a que las rejas queden abiertas para acosar a las víctimas de sus crímenes. Y, así, esas reatas de desheredados de la tierra se convertirán, en desdichada evolución fatal de la humanidad, en los nuevos parias que, paradójicamente, sólo serán acogidos por las regiones a las que la oprobiosa dictadura trató con más desdén por contentar -la historia se repite- a los menos fieles a la idea de la concordia entre los pueblos, que es tanto como la igualdad de derechos de los ciudadanos. Y aquí no se ve inteligencia ni convivencia, sólo empatía con lo peor de lo peor. A ver quién se manifiesta ahora.

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